La voz de Lucas resonó en la tranquila noche, sin preocuparse por el peso que lo aplastaba.
—¡Todo el mundo te respeta! ¡La gente te sigue sin dudar! ¡Incluso el aire a tu alrededor se siente divino!
Mientras su risa continuaba, lágrimas empezaron a deslizarse por sus ojos. Sin embargo, su sonrisa permanecía. Sus gafas se deslizaron, cayendo de su nariz, pero no podía ajustarlas.
Aún así, se reía.
Y se reía.
Y se reía.
Como un hombre que había perdido completamente el contacto con la realidad.
Luego, su voz bajó a un susurro, aún sonriendo mientras hablaba.
—Tu vida es tan envidiable, Ático. La envidio tanto. Es tan
Antes de que pudiera terminar, la voz de Ático cortó sus palabras. No era una pregunta. Era una exigencia. Un peso más pesado que el propio mundo.
—¿Quién eres?
Una pausa.
—¿Qué estás tramando?
La risa de Lucas se detuvo, y su rostro se quedó en un leve suspiro. «Él lo sabe.» Era obvio ahora. Ático ya sospechaba de él.
Lucas sonrió con ironía.