La tensión en la cámara donde se habían reunido las estrellas había aumentado drásticamente.
El Hueco Carmesí se sentó en su asiento con una expresión enloquecida, la intención asesina filtrándose de él.
Acababa de presenciar una batalla decisiva entre su último dios restante y un dios de Torrevenos. Su dios había perdido, brutalmente, además.
La batalla había sido tan rápida, tan completa, que quemaba su orgullo que su dios fuera el afectado.
No le quedaban dioses en Virelenna.
La Estrella de Dranzmael había perdido.
Mientras Hueco Carmesí permanecía en silencio, hirviendo de ira, aquel cuyo dios había causado su caída estaba lejos de estar complacido.
«Su instinto de batalla también es aterrador.»
La Corona de Hierro acababa de ver al dios niño engañar a una emperatriz con siglos de experiencia en batallas.