—¡No puedes hacer eso! —gritó la madre a su hijo de doce años.
—¿Por qué no? —preguntó el niño con una ceja levantada y los brazos cruzados—. Él te insultó.
—Sí, eso es malo, pero no puedes simplemente golpear la garganta de alguien porque insultaron a alguien que amas —gritó la madre—. ¡Podrías haberlo matado!
El niño soltó un bufido. —Defiendo tu honor, ¿y así es como me agradeces? ¡Lo hice por ti!
—¡Anor, no juegues tus trucos conmigo! —gritó la madre—. Ambos sabemos que esa no es la razón.
—Entonces, ¿qué razón quieres escuchar? —preguntó el niño.
—La verdad —dijo la madre.
El niño hizo una mueca con un poco de desagrado.
Realmente no quería decir la verdad porque sabía que sería castigado.
La madre suspiró. —Sé que las cosas pueden ser difíciles para ti. Solo dime la verdad.
El niño miró hacia un lado.
Mientras pensaba en el niño que casi había matado, no pudo evitar que se formara una sonrisa en su rostro.