Mientras Rain continuaba participando en numerosas batallas contra el rey en la sombra, con el tiempo se produjo una transformación notable en el comportamiento de su adversario. El implacable aluvión de derrotas había dejado al otrora imponente rey como una mera sombra de su antiguo yo. El aire inicial de arrogancia y molestia que acompañó la aparición de Rain se disipó gradualmente, reemplazado por una aceptación resignada de su destino.
Se llegó a un punto en el que el rey no podía convocar la energía para estar irritado cuando Rain hacía sus apariciones habituales. La ironía de la situación era casi cómica: lo que antes era un adversario feroz y amenazante se había reducido a una figura derrotada, carente de voluntad o capacidad para siquiera intentar. Las frecuentes visitas de Rain se convirtieron en una fuente de diversión para él mismo, pues parecía tratar al rey como poco más que un cajero automático sentado en un trono.