Lo primero que Abadón vio salir de los arbustos fue un labio hinchado y partido.
Más específicamente, el de Belloc.
—*Risita.*
—¿Algo gracioso, viejo? —dijo Abadón.
—Esa fuerza de diosa no es ninguna broma, ¿eh? Esa es una buena contusión en tu cabeza, muchacho —comentó Belloc con una sonrisa.
—¡Es tu culpa que me la haya hecho en primer lugar! —exclamó Abadón.
—¿Cómo? Yo no te dije que chivatearas a tu hermana —Abadón se encogió de hombros inocentemente.
Belloc parecía como si fuera a implosionar físicamente en cualquier momento.
—Por favor, no lo provoques, suegro —rogó Stheno mientras pasaba por los arbustos a continuación con su usual expresión robótica.
La única pequeña diferencia era que ahora había pequeños rastros de una sonrisa en las comisuras de sus labios.
—Es bueno verte en casa, Sthen. Me alegra ver que sobreviviste tu tiempo entre los humanos —dijo Abadón cálidamente.
—... No todos ellos eran tan malos como recordaba —confesó Stheno.