La noche había caído y Abadón estaba en el cuarto de Courtney acomodándola en la cama para dormir.
Después de haber comido hasta el límite de su capacidad estomacal, Courtney sufría un caso particularmente devastador de sopor.
Se quedó dormida subiendo las escaleras, comenzó a roncar en la bañera y ni siquiera pudo mantener la consciencia lo suficiente como para escuchar un cuento antes de dormir.
Pero quizás así la despedida sería más fácil.
Abadón le dio un pequeño beso en la frente a la niña dormida. Luego salió en silencio de la habitación sin hacer ni el mínimo ruido, cerrando la puerta detrás de él.
Una vez fuera, encontró a Thrudd esperándolo con un puchero evidente en su rostro.
—...No tienes que ir, ¿sabes?
—Suena como tu madre —se rió Abadón—. Y sé que no tengo que ir, pero es lo que debo hacer. Nunca antes había tenido amigos, ¿sabes?
Thrudd pensó en la adolescencia de su padre y en el aislamiento que soportó completamente solo.