Todo el mundo en la habitación tuvo un único pensamiento después de que Seras finalmente articulara su razón para convocarlos a todos aquí.
—Cristo... —susurró alguien.
Las cabezas giraron en dirección a Kanami.
La dragona roja marchaba al ritmo de su propio tambor. No solía llevar bien eso de quedarse quieta.
Y las órdenes diseñadas para hacerla quedarse quieta usualmente encontraban resistencia que iba desde lenguaje grosero hasta el lanzamiento de objetos.
Tal vez esa era la razón por la cual ella y Abadón peleaban tanto como se querían el uno al otro.
Simplemente eran demasiado parecidos para su propio bien.
—¿Cuánto tiempo espera que nos quedemos aquí? —preguntó.
—Este es tu hogar, Kanami. No tienes que actuar como si fuera una prisión extranjera —Imani parecía herida.
—E-Eso no es lo que quise decir, madre, solo... —Kanami vaciló.
«No quiero ser protegida...», pensó.