Desde el rincón del ojo de Abadón, vio un arma con la que estaba dolorosamente familiarizado.
La brillante lanza roja de Longinus era el equivalente divino a un tesoro nacional.
Seras buscó por todo el infierno tras la desaparición de Lucifer. Quería hacer suya el arma por cualquier medio necesario.
Su incapacidad para encontrarla era una de las muchas razones por las que todos seguían creyendo que él estaba vivo.
—Te estoy advirtiendo, Lucifer. Aún no he comenzado el camino hacia convertirme en una mejor versión de mí mismo. Corres el riesgo de provocarme antes de que haya dado este nuevo paso.
Lucifer sonrió arrogantemente mientras apartaba su oscuro cabello rojo de su rostro.
—Oh, qué demonios. No será la primera vez que desafío a una fuerza inamovible. Además, ¿no te parece que una épica como la nuestra necesita una conclusión adecuada? No me digas que no te ha molestado.