Treinta segundos

El Sargento Trudeau miró a Alex con incertidumbre.

—No puedo hacer eso, chico. Sé lo que pretendes hacer. De ninguna manera dejaré que las posibles muertes aumenten de dos a cincuenta. Esta gente necesita ser llevada ante la justicia, no enviada al infierno. No es así como debe funcionar la sociedad. Ya no estamos en la edad oscura.

Alex le sonrió con suficiencia.

—¿Cuánto tiempo mantendrá esta farsa de sociedad una vez que la gente empiece a morir, Trudeau? ¿Crees que la familia y amigos de estos dos rehenes se quedarán al margen y no harán nada después de que Anthony y Diego mueran? —El Sargento lo miró frunciendo el ceño—. ¿Cómo sabes los nombres de los rehenes?

Una risa escapó de los labios de Alex.

—¿Pensaste que solo pasaba por aquí y me lancé a la acción? Me llamaron aquí. Puede que aún no conozca toda la situación, pero eso no debería llevar mucho tiempo. Una vez que conozca su amplitud, elegiré si actuaré con suavidad o con firmeza.