¡Una batalla vergonzosa contra un espíritu!

Y sin embargo, el hombre ni siquiera intentó esquivar o defenderse, simplemente se quedó allí inmóvil con una sonrisa malévola en su rostro.

—Uno ha caído —dijo el hombre como si fuera un dios decidiendo sobre el destino. Antes de que Pereza pudiera gritar o decir algo, su espada se congeló en el aire, a solo unos centímetros del cuello de ese hombre.

No solo la espada se detuvo, sino también el cuerpo de Pereza. Luego, como si una feroz ráfaga de viento soplara desde el este, el cuerpo de Pereza voló como un globo desinflado hacia el oeste.

—¡Jajajaja! ¡Tonto maestro ignorante! ¿Crees que tus patéticos juguetes, técnicas que llamas, pueden detenerme? ¡Jajajaja! ¡Patético! ¡Jajajaja!

Por un momento, una extraña escena surgió en la mente de William. Resistió el impulso de recordar tales eventos amargos, apartando todo eso, antes de mirar fijamente al hombre y a esa brillante estrella que brillaba en la cima de su cabeza.

—¡Mata al otro, no dejes a ninguno con vida!