—Si tú... no te vas... nunca escaparás... a tiempo... —dijo Arturo con dificultad.
La sangre goteaba de los labios hinchados de Arturo, y su cuerpo temblaba con el esfuerzo de mantener la barrera en su lugar.
Los ojos de Grace se estrecharon, y su furia alcanzó un punto de ebullición. Apretó los puños, sus nudillos crujieron mientras miraba fijamente a este joven imprudente, la vista de su determinación inquebrantable despertó algo dentro de ella.
Su visión se nubló momentáneamente, y su mente retrocedió a Emiko—la forma en que el cuerpo de Emiko se había sentido en sus brazos, frío e inerte, y las tumbas de sus seres queridos.
El recuerdo de esos momentos, de la injusticia que se había cometido, encendió un fuego en su pecho. Engendró una rabia que no podía suprimir.
—¡No eres ningún Cazador! —gritó Grace, su voz hirviendo de furia.