Para Descubrir La Verdad

Arturo se bajó las piernas de la cama, una extraña rigidez persistía en sus músculos. El ligero tirón de los tubos médicos contra su muñeca lo hizo fruncir el ceño, pero ignoró la sensación y se movió instintivamente hacia las grandes ventanas al otro lado de la habitación.

A medida que se acercaba, las cortinas se abrieron automáticamente, revelando el mundo exterior.

Sus ojos avellana se agrandaron.

El sol—más blanco, más tenue de lo que recordaba—colgaba sobre el horizonte en un cielo extraño y desconocido.

La atmósfera roja, teñida de luces artificiales, se extendía de un extremo a otro, proyectando un resplandor surrealista sobre un extenso paisaje urbano futurista. Rascacielos imponentes de metal plateado y negro, entrelazados con vidrio infundido con maná, se espiralaban hacia el cielo, sus superficies pulsando con suaves venas azules de poder.