Max nunca había disfrutado tanto del silencio como cuando Kremeth regresó de su misión de reconocimiento y se sentó a su lado en la barata mesa de la cena de la Taberna.
El silencio esta vez no era porque se sintiera incómodo hablando con su padre como al inicio de su viaje, sino porque no encontraba las palabras adecuadas para transmitir sus emociones a Max.
No podía explicar lo que había experimentado y, como padre, este era el tipo de crecimiento que Max esperaba que Kremeth experimentara.
Max nunca quiso que Kremeth sufriera tanto como él para llegar a donde estaba, sin embargo, tampoco quería que su hijo pensara que este universo era un lugar amable y noble donde, mientras uno trabajara duro, podrían lograr cualquier cosa.
El universo era un lugar cruel, tenía gente buena, mala y fea en su interior y, aunque uno podría esforzarse por hacer del universo un lugar mejor, no podían ser delirantes y ver solo lo bueno ignorando el resto.