(Punto de vista de Max)
Max observaba impotente mientras la reina universal protegía a su familia del asalto del guerrero perfecto, mientras sus esposas eran obligadas a huir.
El ataque se desplegó justo en su hogar, bajo su propio techo, pero el hechizo de congelación temporal del guerrero perfecto lo dejó sin poder intervenir.
—¡MIERDA... MIERDA... MIERDA! —gritó Max, abrumado por la frustración al preguntarse ¿de qué servía ser el Supremo Señor del universo si ni siquiera podía defender su propio hogar de los invasores?
Se dio cuenta de que se había vuelto demasiado engreído, demasiado seguro y excesivamente confiado en sus propias habilidades, por lo que hoy estaba recibiendo una dura lección de realidad.