El engaño del Observador era tan potente que incluso los seres más poderosos podían sucumbir a él. Los Ángeles, a pesar de su poder, no eran inmunes a sus efectos.
La ilusión torcía su percepción de la realidad, haciéndoles ver lo que el Observador quería que vieran. Era como si el mismísimo tejido de la realidad estuviera bajo el control del Observador.
Karyk, por otro lado, estaba concentrado en su tarea. Los remanentes de las leyes universales se desvanecían bajo su implacable devorar. Cada fragmento absorbido lo acercaba más a su meta.
Sin embargo, con cada segundo que pasaba, también sentía que se acercaba más a su propio fin. Devorar el universo aún era difícil para alguien como él.
De repente, la ilusión comenzó a flaquear. La risa del Ángel Gigante cesó abruptamente al caer en la cuenta.