La mayoría de los Enviados se levantaron tambaleándose para irse a la cama, pero la Enviada Innu solamente extendió sus brazos para que la levantaran, lo que hizo reír al Gigante.
—No te voy a llevar. Apenas puedo conmigo hoy —le dijo el Gigante.
—Está bien, sé así. Puedo dormir en la silla —ella puchereó.
Max rió y la levantó para llevarla a través del pasillo.
—No necesitamos que te duela todo por dormir de manera extraña. Todavía nos queda casi una semana de locura por delante, y no vas a escaparte tan fácilmente —le explicó al astuto Enviado de piel rosada.
Su sueño no duró mucho.
A las seis de la mañana, apenas cuatro horas después de haber terminado la noche, sus comunicadores enloquecieron de nuevo. El gobierno había tomado una decisión y estaban solicitando un acuerdo financiero para obtener el equipo a tiempo para las batallas inminentes.