—Por favor, toma asiento —Quiana hizo un gesto para que Lux se sentara en la silla junto a su cama—. Ponte cómodo.
La anciana sonrió antes de sentarse en su cama.
Lo que estaba a punto de preguntarle al Semielfo era una cuestión que la había molestado durante mucho tiempo, incluso antes de que la Plaga Púrpura infectara su cuerpo.
—Lux, cuando te convertiste en el Nigromante del Cielo, sentí un oleada de Divinidad propagarse por Solais —dijo Quiana—. No te mentiré. He pensado durante mucho tiempo que los Dioses han abandonado Elíseo porque ya no responden nuestras oraciones.
—Pero, cuando rompiste esa barrera, sentí débilmente el poder de la Divinidad. Este poder solo podría provenir de un Dios, lo que significa que mi suposición original es incorrecta. Lux, ¿aún hay Dioses en Solais y Elíseo? ¿No nos han abandonado? —preguntó.
El Semielfo no esperaba que Quiana le hiciera este tipo de pregunta. Sin embargo, un recuerdo vago apareció en su cabeza.