La diferencia

Cassandra no era una maestra estricta. Nunca obligaba a Lex a hacer nada, ni tampoco le gritaba ni establecía reglas rigurosas para que las siguiera. En cada lección, explicaba meticulosamente a Lex cuál era su objetivo, cómo eso lo beneficiaría y cómo debía proceder. No importaba la lección, Lex siempre descubría que ella le había dado exactamente la orientación suficiente para que comprendiera el tema. Todo lo que necesitaba era poner el esfuerzo necesario.

Al mismo tiempo, no hubo una sola lección que enseñara donde Lex no terminara sangrando. No importaba cuán rápido mejorara su esgrima, cómo refinaba su intención de espada, cuán hábil se volvía en controlar la divinidad, o cómo dominaba el espacio, siempre terminaba sangrando.

La absurdidad de la situación era tal que, al tercer día, Cassandra le dio una cinta para la cabeza; ¡no para mantener el sudor fuera de sus ojos, sino su sangre!