Oscuro, profundo, frío. Un lugar inenarrable, un sitio donde los sueños y esperanzas son absorbidas por una fuerza mayor; un poder cósmico que se retuerce en lo infinito. Insondable; lugar de las pesadillas más perturbadoras que te puedas imaginar. En aquel lúgubre y sempiterno espacio, la existencia no es más que un error, una enfermedad purulenta que infecta y esparce su peste a donde quiera que va, como una herida abierta sin ser sanada.
No existe el calor; no hay ventilación. Los susurros y ecos de incontables voces de almas perdidas, retumban desde una profundidad que no parece tener fin. Y mientras más te adentras en aquel sitio, más te pierdes en su oscuridad, pues aquel lugar toma la forma de aquello que tanto temes, como si conociera lo que más te atormenta, jugando con tu mente, debilitándote, alimentándose de tu energía. ¿Qué es este nauseabundo lugar? No sabría decirlo.
Un lugar donde las almas atormentadas son atraídas, donde el dolor, el sufrimiento y el tormento parecen cobrar conciencia; una monstruosidad dimensional, como un depredador escondido en la penumbra de la noche, esperando pacientemente, agazapado, oculto tras las sombras perennes de aquel lugar maldito.
No existe un sitio acogedor, no hay un paraíso ni un cielo tampoco, solo un vacío aterrador, un atractor que arrastra las almas hasta engullirlas y encerrarlas en lo profundo de sus entrañas, pues ese es, ha sido y será su único propósito.
En lo profundo del espacio se le puede ver, a incontables años luz de distancia, desplazándose lentamente, girando y retorciendo, como un gran agujero oscuro y hondo, donde solo sus largas y sinuosas protuberancias se alejan del resto de su cuerpo, como brazos espectrales de una aberración concebida en la profundidad recalcitrante del espacio infinito.
Eso es aquel lugar, eso… es el gran atractor.