—No sé nada, ¿cómo esperas que hable? —Lin Xinxin lo miró inocentemente, pareciendo una mujer sin un ápice de astucia.
Si uno no conociera sus crímenes, todos los hombres pensarían que era una mujer de corazón puro.
Desafortunadamente, bajo su apariencia fingida yacía un corazón tan venenoso como el de una víbora.
—Está bien si no lo dices —Wen Jingheng ya no quería hablar con ella—, pero eventualmente, ¡la verdad saldrá a la luz!
¡No creía que no pudiera encontrar al culpable que operaba tan audazmente justo bajo su nariz!
Y tenía la vaga sensación de que este asunto no era tan simple.
No temía que Lin Xinxin hubiera sobornado a alguien en la prisión porque estaba embarazada, temía que alguien lo estuviera atacando a él.
Pero como Lin Xinxin no cooperaba, le resultaba difícil determinar quién estaba causando problemas en secreto.
Sin embargo, encontrar a la otra parte era solo cuestión de tiempo; no tenía prisa y no le importaba tomárselo con calma.