La Ciudad Capital estaba envuelta en una tormenta inesperada, con nubes que oscurecían el sol; una lluvia intensa cubrió de repente toda la ciudad.
La gente común, ajena a lo que estaba sucediendo, había cerrado sus tiendas temprano y regresado a sus viviendas, mientras los pocos que estaban al tanto de la situación temblaban de miedo, temerosos de que ese tempestad inexplicable pudiera afectar sus vidas.
En el corazón de la Ciudad Capital, dentro de un siheyuan, varios sirvientes estaban recogiendo los delicados objetos que se habían dejado secar en el patio, susurrando entre ellos sin el más mínimo atisbo de pánico sobre la conmoción que había surgido tan repentinamente.
—Oye, ¿sabes qué está pasando? ¿Qué familia ha armado algún gran problema ahora? —preguntó uno.