Capitulo 2

"¿Mia?".Dices con un frío y temeroso sentimiento creciendo en tu ser.

Mia gira su cabeza como un búho. Sus ojos están vacíos. Tu pareja te enseña los dientes,contorsiona su rostro y ruge rabiosa. Las tazas de café estallan contra el suelo al mismo tiempo que Mia se lanza a por ti.

Mueve su cuerpo con agilidad felina y en cuestión de segundos estáis frente a frente. La lámpara del salón alumbra su figura proyectando una sombra deformada sobre la pared; espalda arqueada, brazos a los costados y manos cerradas como garras.

Con velocidad intentas usar el sofá como barrera.

Solo el sofá os separa. Entonces Mia da un salto y aterriza en el mueble.

Tus manos encuentran la parte posterior del respaldo y llevas todo el peso de tu cuerpo hacia delante. Mia gruñe y se tambalea sobre los cojines. Tus talones abandonan el suelo y la infectada acerca su rostro a tu brazo dando una dentellada que pasa a centímetros de tu mano.Cuando está a punto de intentarlo de nuevo el sofá cede ante tu esfuerzo. En ese último instante Mia consigue agarrarte por la manga de tu camisa celeste y te precipitas al suelo con ella.

El sofá destroza la mesa de centro y los platos que había sobre ella. Un sonido seco resuena en el salón. Caes de bruces y te cortas la mejilla con un fragmento de porcelana. Mia se encuentra a tu lado y sus piernas han quedado atrapadas bajo el mueble. El zombi continúa dando dentelladas, su brazo se estira comno una serpicnte buscando tu pierna. En un mismo segundo tus ojos registran la puerta de salida a tu espalda y el resplandor de un objeto métálico a centímetros de tu mano derecha.

Actuando por instinto: observas el resplandor de un objeto metalico, uno de los cuchillos que habías usado para abrir la caja de café.

Tu mano sale disparada hacia adelante y se topa con... el mango de madera de el cuchillo. Sientes sus manos de pronto en el tobillo y con los ojos desorbitados observas como sus fauces se cierran sobre tu pie. «iMia!», exclamas y la apuñalas por la espalda. Su piel es dura y el cuchillo se hunde unos pocos centímetros. La presión sobre tu calzado no cede y ahora un aire caliente envuelve los dedos de tu pie. «iMia!», la hoja esta vez se hunde entera y su sangre pegajosa te humedece la mano.

Manos como grilletes se han encadenado a tu pierna. Mia ruge mientras va mordiendo con más y más ahínco tu zapato. «iMia!». El puñal cae una y otra vez sobre su espalda. Tu brazo comienza a cansarse. Tratas de mover las piernas con desesperación. Su abrazo es poderoso pero consigues asestarle un puntapié con la pierna libre y ella suelta su premio aunque enseguida reacciona y te agarra por las rodillas. Te clava sus ojos vacíos por última vez y cuando va a hincarte sus dientes en el muslo...el cuchillo desciende en su cráneo como un rayo y se aloja en sus sienes; un espasmo recorre su cuerpo y su rostro cae entre tus piernas con esa expresión de ira inmortalizada. «Mia», susurras aferrándote aún al cuchillo.

CAPÍTULO VII.

"Die todten reiten schnell».

Los muertos cabalgan deprisa-.

«Lenore» (1773). Madrid se va al infierno.

Arrodillado junto al cuerpo de Mia, tu mirada no se ha movido de su rostro ni tus manos de su cuerpo. Las lágrimas, sin embargo, ya se han secado.

El tiempo parece haberse congelado hasta que oyes el quejido de la sirena de una patrulla. Puedes oír el rugido de su motor, los neumáticos mordiendo el asfalto. Contemplas la ventana desde el suelo. Aguzas el oído y escuchas el chirrido de las ruedas deslizándose sin control...cristal rompiéndose, meral retorciéndose.

I, 2, 3... !!!BUM!!!!.

Un sonido atronador retumba por toda la casa y una hilera de humo asciende al cielo tras la ventana.

Te acercas a la ventana y tus ojos se agigantan al contemplar el infierno debajo. Un incendio devora la fachada del edificio al otro lado de la calle. El humo tizna paredes y ventanas. Apenas puedes discernir lo que segundos antes era una patrulla de policía. Un cuerpo ardiente sale corriendo del interior del vehículo. El olor a quemado traspasa la ventana y se cuela por tu nariz. Otro cuerpo en llamas sale expelido del coche. Un alarido se alza desde la esquina de la calle. Miras con ojos y oídos... No lo puedes creer. Abres la ventana..no es un grito, Son unos cuantos.

Una figura gira en la esquina y corre calle abajo en la dirección del incendio. Unos diez infectados rugen hambrientos tras él. El desdichado continúa su carrera mortal y en cuestión de segundos está pasando por debajo de tu ventana.

El trance en el que estás sumido se ve interrumpido y con rapidez cierras la ventana.

La escena solo puede tener un único desenlace y no deseas presenciarlo. El salón se oscurece de inmediato tras cerrar las cortinas y, al encender las luces, el cuerpo de Mia reaparece como el haz luminoso de un faro. Sus ojos se han quedado contemplando el vacío y su sangre brilla refectando la luz artificial. Tus piernas flaqueany te desplomas junto al cadáver una vez más. El algodón de tu ropa comienza a absorber la sangre en el suelo. Un escalofrío asalta tus nervios y te deja temblando en el suelo.

Fuera, el fuego ha encontrado el depósito de gasolina de la patrulla y la explosión lanza al vehículo por los aires. Las ventanas inferiores del edificio donde se había incrustado el automóvil estallan esparciendo partículas de vidrio por la acera. Las llamas se propagan, las viviendas sin ventanas invitan al fuego a su interior y todo el bloque comienza a arder. Y, mientras el humo negro continúa ascendiendo y se obstina en esconder las nubes, tú sigues arrodillado sobre el cuerpo de Mia; con la mirada fija en su rostro y la mente ausente.

CAPÍTULO VIII.

En aquellos dias los bombres buscarán la muerte, y no la encontrarán; querrán morir, pero la muerte huirá de ellos.

(Apocalipsis g:6).

Tus dedos resbalan sobre la botella de cerveza limpiando las «lágrimas» que se deslizaban por el cristal. El frío entumece tu mano. Cierras la puerta de la nevera y te derrumbas a su lado. Destapas la séptima cerveza con los dientes y te la levas a la boca. Dejas que la mitad del contenido de la botella entre en tu boca e intentas tragar a la misma velocidad; terminas empapándote el camisa celeste y los pantalones negros. Un acceso de tos sacude tu cuerpo. Cierras los ojos y reposas la cabeza en la puerta de la nevera.

Te sientes a gusto, despreocupado. De repente, oyes un sonido a millones de años luz, un susurro. El rítmico sonido hace que esboces una sonrisa y abras lentamente los ojos. Parece un tambor emulando el canto de una sirena.Con mente ligera y cuerpo pesado te pones de pie y buscas el origen de tan placentera música. Los objetos a tu alrededor intentan confundirte, Revoloteándose y ejerciendo presión sobre tu cerebro en un vano intento por ocultarte aquello que anhelas. No lo consiguen, la puerta se abre camino entre el resto de estímulos y te dice que acudas a ella.Es ella quien toca el arpa tan dulcemente.

Sientes algo helado entre tus manos. Sin moverlas, acercas el objeto a tu cara o, mejor dicho, tu cara al objetoyte encuentras con una botella de cerveza. «¢Cómo ha legado a mis manos?», te preguntas mientras ríes.Tras estudiarla durante unos minutos decides:

Llevarla contigo en caso de que sea otro de esos infectados, tener al menos algo con lo que defenderte, y aunque me mate no voy a vender mi muerte fácil.

Oteas la puerta una vez más y compruebas que el redoblar de los tambores se ha intensificado. Te diriges a aquel «Arco del Triunfo» mientras un divertido hipo decide visitarte. Caminas con convicción hasta que sientes que tus pies se han topado con algo. Miras abajo y, cuando tu mente comienza a procesar lo que ve, el sonido que proviene de la puerta se torna aún más intoxicante. «Mia» piensas. Levantas un pie, luego el otro y prosigues.Estás frente a la puerta. El sonido ya no se encuentra a años luz sino a escasos centímetros. «Mia» repites una vez más; ella es la sirena detrás de la puerta que quiere entrar y abrazarte con todas sus fuerzas.Extiendes la mano derecha, coges el picaporte y tiras hacia abajo.

La puerta «explota» hacia adentro y el canto de sirena es reemplazado por un gruñido.. entonces comprendes. Intentas recomponerte cuando el zombi te coge por el brazo y se lo lleva a su mandíbula. Tensionas el bíceps y recuperas tu mano. El semblante del cadáver parece ser la mismísima definición del odio. Extiende sus manos profiriéndote otro rugido e intenta asirte a toda costa.

En ese instante sientes el cristal frío en tu mano derecha. Lo aprietas con fuerza y contagiándote del odio que te transmite la criatura le propicias un botellazo en el crắneo. El zombi gime al mismo tiempo que pequeños pedazos de vidrio se dispersan por el suelo. El cadáver enrabiado intenta lanzarse una vez más a por ti. Los restos de la botella se han transformado en un arna blanca. En un movimiento el vidrio corta el aire y se adentra en el ojo izquierdo del no muerto. Su expresión desquiciada se paraliza para luego desplomarse sobre ti. Repugnado, empujas el cuerpo y sientes como los contenidos de tu estómago suben a toda velocidad por el esófago y terminan por bañar al suelo.

La puerta de entrada continúa abierta y otras tantas horas oscuras transcurren de igual manera. Un sonido o un pensamiento -no estás seguro- rompe el estado de ensueño. Tus extremidades jamás te han pesado tanto no..: has sentido tu mente tan anestesiada,.

Las preguntas resuenan en tu cabeza cuando sientes algo moviéndose en tu pierna. Tu corazón se dispara al mismo tiempo que llevas una mano a tus pantalones negros; es tu móvil. Aún sigue vibrando cuando lo sacas del bolsillo y ves que la pantalla indica Mamá.

-"Marco Alenssio?" .-pregunta la voz de tu madre.

."Sí?".Dices con la voz temblorosa.

-Estás bien, hijo? Qué está pasando en Madrid? A nosotros nos han evacuado, puedes creerlo?, En fin, que estamos en un polideportivo a media hora de Granada rodeados de militares y doctores, esto es una locura! Yo creo que es todo una exageración... lo del virus ese y lo de los ataques también. ¿Marco Alenssio?.Dijo tu madre Jovialmente .

"Si".Dijiste sin las ganas de hablar por el tema de Mia.

"Tú cómo estás, cómo está todo allí por Madrid?, iAquí no podemos siquiera ver las nnoticias".Pregunta ella.

"Bien".Dices las ganas de la verdad queriendo expresarse,contarle a tu madre lo que le ha pasado a ella...sin embargo no tienes ni el corazón ni la fuerza para expresarlo.

"Trabajando demasiado me imagino".Dijo ella

"Como siempre"..Dijo ella.

-"En fin, que todo está bien. ¿Sabes que aquí nos hacen... od junt..s...peor...tu.dre...".Dijo ella pero la interferencia estaba siendo de las suyas arrastrando la voz de tu madre con sus maquiavelicas intenciones.

La señal del móvil te abandona junto con la voz de tu madre... Parece ser que la era de la comunicación ha llegado a su fin.

«Mi madre y mi padre siguen vivos». Sin perder tiempo, caminas hasta la puerta y cuando estás por cerrarla intuyes que alguien te observa. La sensación dura lo que un pestañeo. Cierras la puerta y te dispones a Llevar a cabo la horrorosa tarea.

Lo has preparado todo: la ventana que da a la parte posterior de la urbanización está abierta a la noche de par en par. Es hora de deshacerte de los cuerpos.

Tras diez minutos los restos del infectado yacen a Is metros; su cuerpo una mezcolanza grotesca de carne, huesos y fluidos. el sonido que emitió al impactar con el suelo se reproduce una y otra vez en tu cabeza, acompañándote hasta el salón donde aún sigue Mia tendida en un charco de su propia sangre. Es hora de deshacerte de ella también.

Te agachas, pasas un brazo por debajo de sus rodillas y otro por su espalda. Estás por ponerte de pie cuando reparas en sus ojos; no son los de ella sino los de una de esas criaturas. Un pensamiento se cruza por tu cabeza:

Tus dedos encuentran sus párpados y, con un movimiento ceremonial, Los cierras para siempre. Con otro gesto igual de delicado limpias un trazo de sangre que decoraba su frente. Ahora es más Mia; solo parece estar durmiendo,Finalmente, te pones de pie, Con su cuerpo pegado a tu pecho. Su cabeza cae entonces hacia atrás con la boca abierta.

Para no ver su rostro en aquel estado, la sujetas por los hombros y la nuca en vez de por la espalda. Tras dar un paso su mejilla se inclina hacia ti, deteniéndose en tu pecho. Las lágrimas vuelven tibias a tus ojos.

El camino a la habitación es un túnel sin fin. Avanzas lentamente sin ver tus pies. Tus brazos arden en deseos de liberar su carga al llegar a la ventana. Aun así, te quedas mirando para abajo. Tu cuerpo no quiere mas que deshacerse del cadáver, mientras que tu mente no está tan Segura...

«i"Tú porque no crees en nada"! -su voz irrumpe en tu mente."Yo quiero que me entierren como a mi abuela»", No estás del todo seguro pero crees recordar que tu respuesta, entre risas, fue "«Vale, vale, pero yo seguramente moriré primero»."Con cuidado, apoyas su cuerpo en el alfeizar.

Cuádriceps y bíceps arden y aun así no cejas en tu esfuerzo. Al salir por la puerta experimentas una vez más esa mirada sobre tu figura. Caminas hasta el ascensor y cuando presionas el botón la puerta se abre al instante.Te introduces en el reducido espacio. La luz potente sobre tu cabeza otorga un nítido reflejo de Mia y de ti en el espejo del ascensor.

Fijas tu mirada en el cuerpo de Mia con los sonidos metálicos del ascensor de trasfondo. Sus pantalones están rasgados y sus piernas Son ahora de un color morado. Su camisa beige está completamente manchada de sangre, la cual tinta también su brazo derecho que ahora se balancea al ritmo del ascensor.

Sus uñas también exhiben ese color carmesí, pero eso se debe al esmalte que le viste poner sobre ellas la noche anterior. Por último, el espejo te devuelve en detalle su cabello aplastado y ennegrecido alrededor del orificio por donde irrumpió el cuchillo. La imagen es demasiado cruel y piensas que desearías no haber visto a Mia en tal estado cuando las puertas se abren. El garaje está desierto.

Resuenan tus pasos en el garaje interrumpiendo el sueño de los coches. Sudado, posas a Mia en el suelo y abres la puerta que da al parque de la urbanización; brisa, estrellas, silencio.

La vegetación del parque se agita con el viento que ahora oxigena tus pulmones. Una enredadera igual de inquieta rodea la verja que da a la calle, inspirada también por Eolo, dios griego de los vientos.

Giras a tu izquierda y te encuentras una caseta de plástico. «Herramientas» indica una inscripción sobre la puerta. Tiras de ella pero no se abre. Bajas la mirada: un candado.

Vuelves sobre tus pasos y te diriges al ascensor. De camino piensas lo extraño que es el que no te hayas topado con ningún vecino. Pero el tiempo para meditar es limitado. La puerta metálica se desliza hacia la derecha y te anuncia que has legado al bajo. Das un paso y un olor agrio contamina tu nariz. Desde tu posición puedes ver la totalidad del pasillo que conduce al portal y a la garita del portero. El zumbido de unas cuantas moscas es inquietantemente audible y, con todos estos detalles en mente, miras sobre tu hombro. La puerta del ascensor se está cerrando.

Pegas un salto atrás, la puerta te da en el hombro y se vuelve a abrir con parsimonia mecánica una vez más. Aprietas el botón y te quedas esperando a que se cierre... En ese intervalo de tiempo crees oír movimientos provenientes del portal. Sin embargo, la puerta cumple su tarea finalmente y ya no captas más sonido que el del motor eléctrico del ascensor.

Das un paso atrás, levantas la rodilla y caes sobre la puerta con todo el peso de tu cuerpo. La caseta se hunde hacia adentro, liberada del candado. Silencio. durante unos segundos... hasta que llega a tus oidos el primer gemido.

Tu corazón retumba en tus tímpanos. «¿Son dos, tres...», te preguntas, inspeccionando la verja. Unas manos atraviesan entonces la enredadera y se adentran en el jardín interior. Las extremidades exploran el aire a su alrededor. El individuo gime, sus movimientos lentos y pausados. Las manos danzan curiosas en el aire pero no de forma agresiva. La criatura ha venido sola. Relajas los hombros entonces y reanudas la búsqueda.

Quitas la puerta del medio y encuentras la pala junto a una manguera. La coges y caminas hasta el árbol que se encuentra en el extremo más alejado del jardín. Allí enterrarás a Mia.

Hundes la pala en la sombra de la planta perenne y te das la vuelta para observar la reacción de «Manos Curiosas». A escasos metros detrás de ti, los brazos se paralizan durante unos segundos para luego seguir investigando el aire. Sus manos extendidas como el conde Orlok.-Nosferatu--.

Tiras la tierra por encima de tu hombro, vuelves a cavar y otra vez el zombi se detiene -como si el quedarse quieco le permitiese oír mejor.No notas un ápice de violencia en la criatura, solo curiosidad.«Sería igual si me viese con sus propios ojos?piensas al hundir la pala en la tierra-Supongo que no».

A la vigésima vez no puedes evitar soltar una carcajada. El comportamiento del infectado te recuerda a un bebé. Los brazos se vuelven a congelar y, mientras tu risa va muriendo, la cabeza del cadáver comienza a abrir una brecha en la enredadera. Como un libro se abre la planta y por sus hojas asoma una nariz aguileña, acompañada de un mentón ensangrentado. La vegetación va dando a luz aquel rostro. La totalidad de su cara se asoma por la verja y gira su cabeza en tu dirección. Los gemidos se transforman en gruñidos y las manos, antes curiosas, se convierten en garras. La risa ha muerto y con los dedos aferrados a la pala decides: acabar con ese hijo de puta.

El infectado agita los brazos dando dentelladas entre las barras de metal. Avanzas y aprietas un poco más el mango de la pala.

La luna proyecta la sombra enardecida del muerto sobre tus pies. «Hay que destruir su cerebro» recuerdas. Das un paso adelante, alzas la palacon ambas manos y.estrellas la plancha de hierro contra su frente.

Sentí que algo cambiaba en mi, y no me equivocaba, mis sentimientos se están yendo a la mierda y lo mismo con mi psique o eso creo....

«Los sentimientos ya no sirven para nada -sentencias-; solo sirve sobrevivir».Las embestidas contra la tierra son cada vez. más explosivas. La Luna brilla a tu espalda y la ropa húmeda comienza a adherirse a tu cuerpo. Una hora transcurre hasta que juzgas que el hoyo es lo suficientemente hondo. Es hora de ir a buscar a Mia.

La pequeña montaña de tierra que se había acumulado junto al agujero ha vuelto a su lugar. Mia descansa debajo Con sus ojos cerrados. La noche guarda silencio, respetuosa. Tus lágrimas caen en la tierra junto a unas rodillas que desean echar raíces, mientras el olor húmedo que emana de la naturaleza insiste en ahogarte.

Un escalofrío recorre entonces tu cuerpo mientras las imágenes de Mia acuden a tu memoria:

-"Ya tengo novio".-dijo Mia evitando tu mirada.

-"Lo se".respondiste con certeza, "se llama Marco Alenssio".

".Marco Alenssio?".preguntó ella uniendo sus cejas.

-"Si".dijiste con esa sonrisa que la cautivó, encantado. "Tů cómo te llamas?".Dijiste.

"Y si nos vamos a vivir juntos?".preguntaste aquella tarde en su Habitación.

-"iNo!".respondió al instante ella quitándose un mechón de la frente-"Tú crees que mi padre nos dejará?".Dijo ella.

-"Sólo hay una forma de averiguarlo". -respondiste poniendote de pie y dirigiendote bacia la puerta,

-i"Marco Alenssio".!........Ella...La amaba,....otra memora pasa por tu mente la ultima memoria de ella.

-"No quiero convertirne en «eso» ".-te dijo minutos antes de convertirse en eso.

-"Y no lo harás".le mentiste, le fallaste, la perdiste.

Con su voz en tu oídos palpas la tierra, quieres tocarla una vez más...solo una vez más. Pero la tierra se escabulle entre tus dedos.

-"Pues bien, este es nuestro nuevo hogar".dijiste dejando las llaves en laúnica nesa en toda la casa.

Mia dejó caer la maleta y se abalanzó sobre ti.

-"Te amo". te dijo por primera vez.

-"Te amo" .-respondiste abrazándola.

El silencio ceremonial de la noche lo perforan en ese momento unos cuantos gemidos moribundos. Es hora de sobrevivir. Te pones de pie con piernas de piedra, echas un último vistazo a esa mezcla marrón de tierra removida y te vas.

CAPÍTULO 10.

"El silencio es el único amigo que jamás traiciona".

Confucio.(ssi a. C. - 479 a. C.).

Las sombras son testigo de la desaparición del último sonido de la casa.Con la pila AA en la palma de la mano, posas el reloj de pared sobre la mesa y das la tarea por concluida. La casa es ahora un cementerio. El reloj en tu muñeca marca las 20:3s pero podrían ser las 3 de la madrugada. Algo ya no está presente.. La gente marcaba el paso del tiempo con sus rutinas. Hoy en día lo hacen ellos y siempre es la hora de la cena. El día comienza y ya están preparados para desgarrar la piel de los vivos. El día termina y aún siguen allí; con sus ojos vacíos, sus mandíbulas abiertas, su piel reseca, su inhumanidad... «No, ellos no marcan el tiempo -concluyes-. Ellos son el tiempo».

Allí a oscuras escuchas como alguien es despedazado por una horda de Infectados. Es el sonido de todas las noches. Algún iluso juzga que la oscuridad jugará en su favor y no el de ellos. Se aventura hacia el Madrid muerto en busca de lo que sea y descubre que la perseverancia de los infectados no distingue entre día y noche. No te has acostumbrado a tal sonido, no. Pero encerrado entre esas cuatro paredes aprendes de los errores de los demás. No hay nada que puedas hacer por esos desafortunados... pero hay algo que ellos te pueden enseñar: qué es lo que no debes hacer.

CAPÍTULO 11.

LADRIDOS.

No sabes si estás dormido o despierto. Tus ojos están abiertos, de eso no hay duda, pero la oscuridad ya no es la que era. La ciudad muere en medio de gritos, rugidos, explosiones... El viento se hace con todo tipo de sonidos y los lanza contra tu ventana. Uno de esos sonidos proviene de dentro de la urbanización. El ladrido de un perro. El sonido asciende por las escaleras, se cuela por la puerta cortafuego y llama a tu morada; explosivo y repetitivo. Rambo, el perro de los del tercero-un matrimonio, sus dos hijos y Rambo-, el husky siberiano. No les has visto salir ni entrar en semanas. Tal vez está intentando proteger a sus amos? O, quizás, ¿defenderse de ellos?.

Los ladridos se van mezclando con el resto de tus pensamientos y comienzas a cerrar los ojos. CRASH. Un golpe en la puerta del portal te abre los párpados de par en par. Puños descienden enfurecidos una y otra vez sobre la puerta de hierro y cristal. Los ladridos del animal parecen arengarlo.

Tu mente cansada toma nota y llegas a la conclusión de que estos bichos se guían por el sonido.

Los ladridos del perro y los golpes en el portal componen una sinfonía macabra que como único oyente cuenta con el sudor de tu cuerpo. De repente, una nota aguda se separa de la melodía.. «¿Cristal rompiéndose?», te preguntas con la mirada fija en la ventana. Tu corazón empieza a galopar emulando el tempo de los ladridos deRambo.La ventana de tu cocina se encuentra en la fachada del edificio, cinco plantas sobre el portal. Si te asomas por ella y te escoras hacia el lado derecho quedas, prácticamente, mirando sobre la puerta de entrada.

Tendido en la cama y rodeado por la Oscuridad decides escuchar lo que sucede.

Te llevas la manta hasta la barbilla y aguzas el oido. «El perro tiene que poder oír el alboroto proveniente del portal...».Te dices a ti mismo.

Tras el incidente con el infectado, te dispones a silenciar al perro. El animal se ha callado de repente. Aun así, es solo cuestión de tiempo hasta que atraiga a una legión de cadáveres a la puerta de tu refugio.

Dispones sobre la mesa todos los objetos que crees que te pueden ser de utilidad: el móvil, la totalidad de cuchillos de la casa, unos guantes de cuero, una cinta aislante, las llaves de tu casa, una escoba y un abrigo de invierno que te tapa hasta las rodillas.

Pones las llaves en el bolsillo de tu pantalón y compruebas que solo

tienes lugar para tres objetos más.

CUCHILLO.

Cinta aislante.

MÓVIL.

Guantes de cuero.

Cuchillo en mano giras para encontrarte nada. Tragas saliva mientras apuntas con el móvil escaleras abajo pero no hay rastros de personas o zombis. La ventana del descansillo se encuentra rota -como si una piedra la hubiese atravesado. Permaneces allí durante unos segundos recuperando tu aliento hasta que decides continuar.

A medida que desciendes el hedor «asciende». Tercera planta, has legado a tu destino. La puerta cortafuego se encuentra ligeramente abierta.Tu cuerpo se torna de hielo. Intentas observar a través de la pequeña rendija pero no puedes hacerlo a oscuras y la mano que sostiene el móvil no quiere obedecerte. En ese instante Rambo reanuda su serenata. Pegas un brinco y vuelves a estar en control de tu cuerpo. Abres la puerta con cautela y...

iUna dentadura acompañada de un rugido se cierra sobre tu mano!,Su boca abierta cae como un demonio sobre tu guante de cuero. Sientes su aliento en los poros de tu mano. La presión aumenta. Tensionas el bíceps de tu brazo libre y deshaciéndote del aire en tus pulmones apuñalas su rostro. La hoja de metal perfora su ojo izquierdo y la criatura se derrumba. Exhalas aire que no tienes y, lentamente, vuelves a renovar el oxígeno en tus pulmones.

Abres la puerta. El olor a excremento te marea. La luz de la linterna invade el rellano y compruebas que dos de los tres pisos mantienen sus puertas. cerradas. El otro -de donde provienen los ladridos- ofrece su puerta entornada. Caminas en dirección a aquel apartamento con tu mano izquierda alumbrando y con la derecha apretando el cuchillo.

«cQué voy a hacer con el perro?».

Sabes que tienes que hacer algo al respecto pero no has meditado sobre que hacer exactamente con Rambo. «Rambo, prosigues con tus cavilaciones- dqué cómo sé su nombre? Pues, será por el hecho de que los niños del tercero gritaban "Rambo" sin cesar. O, tal vez, por aquella ocasión en la que encontré su collar en el ascensor...». Consigues ausentarte mentalmente durante unos segundos... hasta que otros sonidos se entremezclan con los ladridos y reclaman tu atención. Movimientos, pasos, incluso golpes crees distinguir.