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Nicolai mordisqueó la curva de su pantorrilla, su cintura se movía al ritmo de sus caderas mientras continuaba frotando su corona contra su núcleo.
La fricción que se acumulaba con cada embestida era la dulzura más deliciosa que Nicolai había sentido y la guinda del pastel eran los pequeños suspiros y gemidos que salían de los labios de Ari.
—¿Se siente bien?
—Mhmm... —Ari asintió, pero Nicolai estaba seguro de que ella no tenía idea de lo que estaba haciendo al apretar sus piernas para aumentar la fricción. Su boca se abría mientras dejaba escapar los sonidos más sexys. Los ruidos húmedos y babosos resonaban en la habitación mientras su esencia se derramaba sobre el otro.
¿Cómo podía esta mujer tan mojigata ser tan dócil en sus brazos cuando estaban en la cama? Giraba la cabeza hacia el otro lado en el aire siempre que se encontraba con él afuera, pero cuando él la tocaba, era toda suya para reclamar.