—Sabes que...
—No sé una mierda, y tampoco quiero saber —afirmó Nicolai con firmeza—. Si me quieres, tienes que demostrármelo. No soy tu maldito juguete, Ariana. ¿Crees que puedes tratarme como te plazca y luego volver y recogerme de la estantería?
—Rodó los ojos antes de decir:
— Lo siento, pero eso no va a pasar, princesa. Si quieres quedarte, demuéstralo.
—¿Y si me niego? —preguntó ella con voz fría.
—Entonces levántate y piérdete —Nicolai imitó su voz fría y respondió con rapidez—. Recuerda cerrar la puerta detrás de ti cuando te vayas.
Ella aspiró un respiro y apretó los dedos. Tiró y arañó el dorso de sus manos hasta que su piel se puso roja. Él sabía que Ariana estaba enfrentándose a los demonios que llevaba dentro de su corazón. Claramente, ella lo deseaba, y sin embargo se negaba a aceptarlo.