Pasaron otras diez horas y Nicolai podía sentir que se estaba volviendo loco; si no fuera porque no podía irrumpir en la sala de emergencias, ya lo habría hecho.
Durante estas horas, continuó suplicando al hermano mayor en el cielo, pidiéndole que no le quitara su única luz; mientras Ariana volviera, él derribaría sus monstruos uno por uno hasta que pudiera respirar sin sentirse disgustada por su propia existencia.
Hasta que estuviera dispuesta a amarse a sí misma tal como aquellos que se preocupaban por ella la amaban.
Lo que le había pasado no era culpa de ella. Nunca lo fue. Era una víctima del destino y de aquellos con mentalidad retorcida.
Las puertas de la sala de emergencias se abrieron y Aiden salió; sus ojos estaban exhaustos y sus movimientos eran lentos mientras se quitaba la gorra y se bajaba la mascarilla de la cara.