—¡Cuarenta segundos!
Ava Harris estaba destrozada por el dolor intenso, pero ya se había liberado de esa sensación de impotencia.
Apretó los puños con fuerza, levantó la cabeza y, apretando los dientes, miró hacia Julio Reed.
Él fue el primer hombre que se atrevió a humillarla.
Ava quería recordar esa cara.
Pero...
No podía verla.
Todo lo que podía ver era un velo bordado con hilos dorados y un par de ojos cautivadores.
—¡Treinta segundos!
Ava parecía no tener otra opción.
No se levantó, sino que se volvió para mirar a Merrill Caldwell tendida en el suelo, dejando a un lado su orgullo con determinación, y comenzó a recoger la Moneda de Ciudad Natadora dispersa, una por una.
«¡Eso es demasiado! ¡Es solo una chica!»
Apareció un hombre con intenciones de héroe-rescatando-a-la-bella y malas ideas. Al ver la belleza de Ava, dio un paso adelante para intervenir:
—Señorita, no tienes que hacer esto. Como tu hermano, yo...
—¡Lárgate!
¡Golpe!