Qué afortunado

Sang Ye estaba un poco sorprendido. —Pero tú...

—No hay peros. Quiero ser el profeta para poder volverme más fuerte y proteger a mi familia. No importa cuál sea tu raza, no dejaré que nadie te haga daño.

El tono de Huanhuan era relajado y ordinario, pero la determinación en sus palabras conmovió a todos los presentes.

Incapaz de resistirse, Shuang Yun la levantó y le dio un beso fuerte en la mejilla.

—¡Qué suerte tenemos de ser tus compañeros! —exclamó.

Huanhuan se sonrojó con los elogios.

Ya avanzada la noche, todos sonreían. Solo Yun Hui, en la esquina, parecía especialmente solo.

La vivacidad de la habitación no tenía nada que ver con él.

Se giró, empujó la puerta y salió silenciosamente.

Bai Di parecía intuir algo. Miró hacia atrás, a la puerta, pero no dijo nada.

A medida que la noche se hacía más profunda, todos se preparaban para volver a sus habitaciones a dormir.