—Ya tienes mala fama por abandonar a una esposa. Si me voy ahora, ningún macho se atreverá a quererte —dijo Alva.
—¿Me estás amenazando? —Molly detuvo sus acciones y exclamó con voz aguda.
—Hmph —respondió Alva con una expresión de autosuficiencia, al ver que había dejado de arrojarle frutos de piedra.
Sin que Alva lo supiera, Molly había considerado este asunto como una prueba que sus admiradores debían superar, así que simplemente no le importaba. En el siguiente instante, empezó a lanzarle frutos de piedra con más ferocidad.
—¡Oye! ¿Por qué eres así? ¡De verdad me voy, eh! —gritó furiosamente Alva mientras esquivaba.
—Claro, vete ya mismo. ¡Lárgate a la montaña de piedra a unirte a ellos en la minería! —gritó Molly.
—No me voy. ¡De ninguna manera me iré antes de que se complete la minería! —Alva metió la cabeza en el nido y se cubrió con la hierba.