—Su Majestad. —La Santa puso su mano derecha sobre su hombro izquierdo e hizo una ligera reverencia hacia adelante.
La noche cayó completamente.
La sala estaba completamente abierta. La lámpara de aceite en la pared estaba encendida.
El Rey del Desierto Sureño se sentó en el trono hecho de hierro negro. Había más de diez escalones entre ellos mientras él miraba hacia abajo a la Santa vestida de rojo.
—¿Por qué entraste al palacio hoy? —Su voz llevaba la presión y la profundidad de un emperador.
—El vino medicinal está listo. He venido a entregárselo a Su Majestad. Además, hay algunos malentendidos que quiero aclarar con Su Majestad. —La Doncella Santa dijo.
—¿Te refieres a esos niños? —El Rey del Desierto Sureño preguntó con calma.