LA MUERTE

—Un extraño lo hizo. —Él respondió mirándola con valentía.

—¿Acabas de aceptar ayuda de una mujer que ni siquiera conoces? —preguntó Rosa incrédula.

—¡Sí, y al menos ella nos ayudó! —respondió airadamente a Rosa—. Fuimos a los Médicos Reales. Nos rechazaron. Pagamos impuestos aunque no tenemos nada y ¡no pudimos ser ayudados!

Rosa se sorprendió y todavía incrédula de que los Médicos Reales no los ayudaron.

—Pagamos impuestos y nuestros propios líderes no nos ayudarán —exclamó en un ataque de ira—. ¿Qué esperabas que hiciéramos? ¿Ver morir a nuestra pequeña en dolor?

Rosa asintió y suspiró para sí misma.

—Lamento que pasaran por lo que pasaron —explicó ella—. Realmente lo siento. No sabía que las cosas estaban tan mal.

—¿Viste este pueblo en el que estamos cuando llegabas? —preguntó él—. ¿Viste cuán pobres somos? No tenemos nada. Absolutamente nada.

Rosa se mordió el labio inferior.