SUICIDIO

Jazmín se movió, despertando al suave crujido de la ventana mientras la brisa se colaba.

Su cuerpo dolía, sus costillas estaban adoloridas y sus muñecas sensibles. Pero el dolor en su pecho, una invisible contusión de miedo y confusión, era peor.

Mientras dormía, tuvo destellos del caballo y de cómo había relinchado y cómo había caído al suelo.

Y miró hacia abajo, a sus piernas, y vio sangre.

Sus ojos se abrieron de inmediato y entonces fue liberada del terrible sueño.

La Niñera Nia estaba sentada junto al hogar, tejiendo algo en su regazo silenciosamente.

—¿Cuánto tiempo he estado dormida? —Jazmín susurró.

La Niñera Nia levantó la vista. —Solo unas pocas horas, cariño. Necesitabas descansar.

La mano de Jazmín fue a su vientre. —¿Mi bebé?

—Todavía fuerte —dijo suavemente la Niñera Nia, dejando su tejido a un lado y acercándose a su lado—. Tu corazón puede haber perdido un latido, pero tu lobito no perdió ninguno.