Protegiendo al Dios de la Fortuna

—Deja de gritar. No van a volver. Deberías pensar dónde vas a dormir esta noche. Voy a ser clara contigo. Si te cansas de gritar, podemos darte agua. Pero si tienes hambre, no hay nada que comer. Después de todo, nosotros mismos no tenemos suficiente comida. Si te enfermas, podemos conseguir a alguien que te lleve a la clínica en cualquier momento. Sin embargo, tienes que pagar tú misma el tratamiento. Puedes seguir gritando —dijo Qiao Mei con una sonrisa.

Para tratar con una sinvergüenza como ella, hay que ser tan irrazonable como ella.

—¡Li Gui! ¡No puedes quedarte de brazos cruzados viendo a tu madre pasar por esto! ¡No puedes ignorar a tu hermano mayor, Li Dong. Mira a sus dos hijos! ¡No puedes quedarte mirando cómo nos morimos de hambre! —rogaba la vieja señora Li.

Después de que no consiguió nada siendo descarada, comenzó a hacerse la víctima.