Qiao Qiang se situó en el patio y sonrió a los jóvenes. Recordaba los tiempos en que era joven y luchaba con sus hermanos en armas en el ejército. Esos días fueron los más inolvidables de su vida.
Qiao Mei se limpió las manos en su delantal y miró con perplejidad a los soldados que trabajaban a lo lejos. —Abuelo, ¿sobre qué gritaban justo ahora? ¿Por qué eran tan ruidosos, como si estuvieran gritando consignas? ¿Podría haber sucedido algo? —preguntó Qiao Mei.
—Están bien. ¿Qué tal? ¿Terminaste de cocinar? —preguntó Qiao Qiang.
Qiao Mei asintió. Solo la sopa de calabaza no estaba lista todavía. Tenía que cocer la calabaza al vapor primero y luego aplastarla en pequeños trozos para estofarla con el mijo. Solo así sabría más deliciosa.
El resto de los platos se mantenían calientes en la olla. Cuando el trabajo terminase, todos podrían volver a comer.