Ese día, después de terminar su comida y tomar sus medicamentos, los tres se sentaron a jugar ajedrez en la mesa de piedra del patio.
Shen Junqing observaba mientras Bai Chen y el Abuelo An jugaban uno contra el otro.
—He cometido un error con esta jugada, necesito rehacerla —dijo el Abuelo An.
—...Está bien —respondió Bai Chen.
—Blancas, ¿cómo puedes hacer esta jugada? ¡No, no puedes mover aquí! —exclamó el Abuelo An.
—...Está bien, cambiaré mi jugada —respondió Bai Chen.
—Eres un novato, yo llevo décadas jugando ajedrez, debe ser tu error. ¿No me crees? Deja que Shen Xiaoye venga y juzgue —insistió el Abuelo An.
—...Fue mi error —admitió de mala gana Bai Chen.
Shen Junqing permaneció en silencio.
Solo observaba la partida.
¡El silencio durante una partida de ajedrez es marca de un verdadero caballero!
Bai Chen se sintió abrumado por el juego. Sentía que las piezas en su mano eran como papas calientes. Solo podía seguir lo que decía el Abuelo An: