Li Meili no había regresado a Pekín después del funeral de Tang Beixuan. De hecho, había optado por recluirse en su apartamento, rehusando hacer algún esfuerzo por cuidarse, excepto por ducharse y beber agua cuando tenía sed.
Su teléfono no paraba de vibrar encima de su mesa de centro, pero ella se negaba a responderlo. A este punto, ya no le importaba lo que le ocurriera a ella y a su negocio. Ya había perdido las ganas de vivir cuando perdió a su ser amado.
El último ramo de flores que Tang Beixuan le había dado ya se había marchitado, listo para ser desechado por ella en cualquier momento, pero Li Meili lo ignoró y se quedó acostada en su cama sin moverse. ¿Cuál era el sentido de vivir si ya había perdido la motivación para continuar? Ya sabía lo que le esperaba a partir de este punto.