La última cosa que Cheng Ning pudo recordar antes de desmayarse fue cuando se despidió de sus amigos, antes de tomar un taxi para volver a casa. Sin embargo, no logró regresar ya que perdió la conciencia en el camino.
Lo siguiente que supo, ya estaba sentada en un taburete con las manos atadas detrás de su espalda. El lugar estaba oscuro, y apenas podía adivinar dónde estaba. Parecía que estaba en el sótano de alguien. Había juguetes ordenadamente guardados en un rincón, y un reloj de pie que parecía más viejo que ella, cuyo tic tac ruidoso cada segundo le irritaba el oído.
Cheng Ning no sabía dónde estaba ni por qué estaba allí, pero pudo sentir el peligro en el momento en que abrió los ojos.
¡Había sido secuestrada! Pero, ¿por qué?
¿Cómo era esto posible? —pensaba Cheng Ning—. No podía recordar haber ofendido a nadie, ni pensar en ninguna razón por la cual sería secuestrada cuando no tenía ni un solo centavo a su nombre.