—Las lavanderas se sorprenderán si ven rastros de semen en la sábana.
Aries bajó la mirada, desviándola hacia un lado cuando Abel colocó una parte de su cabello detrás de su oreja. Ella podía sentir la cabeza de su entrepierna entre sus piernas, mientras sus rodillas tocaban el suelo a cada lado de él.
—Te dije que no me he recuperado del todo —murmuró ella, frotando la tela colgada en su hombro con su pulgar e índice.
—Entonces, ¿recordaste lo que dijiste anoche? —él se demoró, inclinando su rostro para trazar su mandíbula con el ápice de su nariz—. ¿Qué planeabas hacer antes de que la criada te interrumpiera, hmm?
—Bueno... —ella se aclaró la garganta, inclinando su cabeza y levantando su hombro por la sensación cosquilleante de su suave respiración tocando su oreja. Aries se mordió el labio inferior cuando Abel mordió su lóbulo de la oreja, lamiéndolo lentamente y de forma sensual—. ...despertarte.