Abel cruzó los brazos, un abrigo colgaba sobre sus hombros. Parado frente a la ventana en el pasillo, sus ojos cayeron sobre el carruaje que se alejaba por el camino de entrada. El lado de sus labios se curvó hacia arriba, sabiendo que los pasajeros del carruaje no eran otros que Sunny y Dexter.
—Dexter... —susurró, riendo débilmente—. ... deberías seguir odiándome. No vaciles ni muestres la menor preocupación. Es más reconfortante de esa manera.
Sus párpados se cerraron y, al mismo tiempo, un destello centelleó en sus ojos. Eran más suaves de lo habitual, pero nadie podía decir exactamente qué pasaba por su mente.
Abel mantuvo sus ojos en el carruaje mientras se acercaba lentamente a las anchas puertas del palacio imperial. —Esa niña... —se quedó en suspenso, recordando todo lo que Sunny había dicho sin cuidado—. ... de alguna manera me entristece.