Qué par tan ominoso

Los sollozos de Aries resonaban junto con el crujido del fuego, secando sus lágrimas con la palma de sus manos. Estaba sentada justo al lado de la cama donde Abel yacía inconsciente. Cuando llevaron a Abel a las cámaras del emperador, Aries se ocupó sola de atenderlo y limpiar su cuerpo.

Nunca lo había visto debatiéndose entre la vida y la muerte, y en un estado tan terrible. O eso parecía su cuerpo. No era diferente de una persona en estado crítico, a pesar de saber que se despertaría como si nada hubiera pasado.

—Te odio —salió una voz tranquila, mordiendo sus labios temblorosos, ojos fijos en su rostro. Sin embargo, su corazón solo podía sentir dolor en lugar de ira. Por mucho que quisiera sentirse enfadada, no podía.

¿Cómo podría?