El poseedor del abismo

La confusión y el miedo se arrastraban bajo la piel de Aries y se abrían paso hacia su corazón. Sus rodillas temblaban, y sabía que no sería capaz de levantarse del suelo donde estaba desplomada. Estaba demasiado aterrorizada, presenciando otro lado de Abel que se desplegaba justo delante de ella.

Las cadenas aún estaban atadas a su muñeca, tintineando en el suelo y entre sí con cada movimiento suyo. Podía ver la niebla roja formándose como agujas, flotando en el aire.

—Abel… —susurró, con los ojos fijos en la figura de Abel—. …no hagas esto.

Por razones que Aries no podía entender, el terror que dominaba su corazón la forzaba a detener a Abel. Pero antes de que pudiera siquiera reflexionar sobre algo, una mano de repente agarró su bíceps.

—Tenemos que irnos —instó León, tirando del brazo de Aries.

Aries negó con la cabeza, incapaz de apartar la vista de Abel. —No —susurró—. Él no puede hacer esto.

—Lo has visto. Él estará bien.