Imperio Haimirich. Una tierra que una vez fue contemplada con admiración y respeto desde lejos, ahora un lugar al que la gente ni siquiera se atrevería a mirar. Se convirtió en un lugar que las personas trataron silenciosamente como fuente de peste y desastres. Temían que si siquiera miraban las puertas desprotegidas del imperio, la desgracia se les pegaría como una sanguijuela.
Sin embargo, una pequeña mujer con largo cabello blanqueado que estaba atado para que su punta no barriera el suelo seco, se erguía frente a las puertas que alguna vez fueron gloriosas del Imperio Haimirich. Su tez era pálida y su expresión era sencilla.
Sus pestañas blanqueadas se agitaban con suma delicadeza. Una suave ráfaga de viento pasó junto a ella, haciendo que la pequeña campana atada a su cabello blanco sonara suavemente.
—Qué gran dilema —susurró, alzando sus apagados ojos hacia la torre de las puertas.