Maestra del engaño

—Yo.

Máximo evaluó la corta sonrisa que apareció en el rostro de Aries. Por alguna razón, su corazón latía con fuerza. Nunca en dos años había visto esa sonrisa en su rostro. No era una sonrisa amplia, sino sutil. Aún así, era significativa.

—Yo soy la primera en morir —aclaró Aries—. Esa es la única razón por la que te supliqué esa noche.

Al escuchar esa vaga confesión, Máximo y Aries fueron llevados a un recuerdo de hace dos años.

*

*

*

—Bueno, no creo que quiera que él muera también. Ahora que muera en las manos de otro.

Máximo se acercó a ella, hundiendo sus colmillos en el cuello de Aries por primera vez. Su expresión permaneció igual, feroz e inquebrantable. Aries escuchó cada trago suyo, deslizando sus ojos hacia la esquina para verlo.

«Esperaré…» fue lo que pasó por su mente, parpadeando lentamente. «... hasta el día que vengas y me saques de este infierno.»