Feng Qing se volteó de espaldas a Xie Jiuhan. Aunque su nariz aún roncaba, tenía los ojos abiertos y cuando él se coló en la cama, ya estaba despierta.
En realidad, Feng Qing ya había sospechado desde hacía tiempo que este hombre no sería tan obediente como para dormir solo en el sofá. Como era de esperar, justo cuando estaba a punto de quedarse dormida, el hombre se metió bajo su cobija. Si este hombre quería tocarla, al menos tendría que besarla. Ella no esperaba que el hombre realmente se rindiera.
—Hmph, al menos tienes conciencia y no perturbas mi sueño. Esta noche puedes mirar desde un lado —pensó Feng Qing.