"La Llegada a Hogwarts"

El pacífico día en la casa al fin se rompió con el sonido del aleteo de una lechuza que traía un sobre.

"¡Abuelo, abuela, por fin está aquí la carta de Hogwarts!" exclamó Stephen, un niño rubio de ojos azules y bastante atlético, mientras llegaba corriendo desde el patio, sudoroso.

"Uf, sí, parece que al fin es hora, aunque me pone triste tener que separarme de mi niño. Es hora de que vayas a estudiar y hacer amigos," dijo la abuela Perenelle con una pizca de tristeza.

"Ya, ya, no te preocupes, Peny. Misty ya consiguió una casa en Hogsmeade; solo falta conectar la puerta y estaremos a solo metros de Hogwarts. No te preocupes tanto. También pude entrar en la junta escolar fácilmente gracias a Dumbledore y la señora Longbottom," dijo el abuelo Nicolas Flamel, tratando de tranquilizar a su esposa.

"Bien, al fin puedo ir al Callejón Diagon y conseguir mi varita (aunque uso de vez en cuando la que me dio el abuelo, tengo que usarla con supervisión)."

"Hu, amo, ¿no sería más fácil ir a comprar a Place Cachée aquí en Francia?" dijo la pequeña elfa, Misty, suavemente detrás del eufórico joven.

"No. Tú no entiendes, Misty. Si voy a ir a una escuela mágica en Inglaterra, debo comprar las cosas en el Callejón Diagon," comentó el niño seriamente, como si fuera un hecho inmutable.

"Ya veo, amo Stephen. Usted es tan sabio," dijo la elfa, creyendo en las tonterías del niño como si fueran leyes inquebrantables, ignorando los ojos en blanco de los abuelos que ya estaban acostumbrados a sus payasadas.

"Está bien, tenemos hasta septiembre para preparar todo, así que es hora de mudarse. Hay que ir al Ministerio de Magia francés a hacer el papeleo y luego partir," dijo la abuela mientras empezaba a contar las cosas que llevarían, sin tener en cuenta que su casa se conectaría a la otra fácilmente.

"Jaa, aunque nunca dejamos que nadie del Ministerio nos molestara ni recibimos muchas visitas, excepto las familias de los niños. Al Ministerio francés no le gustará que nos vayamos, sobre todo a Inglaterra. Espero que no nos pongan tantas trabas; sino tendré que pedir ayuda a la familia Delacour o incluso a Dumbledore," dijo el abuelo, pensando en los funcionarios del Ministerio que siempre lo miraban con codicia, como si viesen una pila de oro. Esa era la razón por la que evitaba salir.

"Sí, espero que sea fácil," dijo Stephen con un ligero temblor en la voz, recordando que cada vez que decía que se tenía que ir a Hogwarts, la pequeña hada se transformaba en un demonio para darle una paliza, haciendo que la palabra Hogwarts quedara prohibida en su presencia.

"Sabes que tienes que despedirte de tus amigos, ¿cierto?" dijo la abuela con una sonrisa pícara, dándose cuenta del pequeño temblor de su nieto y recordándole que debe enfrentarse a ese "demonio", aunque para ella la niña era como un angelito. Ignoraba que todos los amigos de Stephen habían sido entrenados en artes marciales por él mismo para estar seguros si alguien los molestaba, y la que mejor se desempeñó fue la pequeña Fleur.

Luego de preparar todos los papeles, a los que, por suerte, no pusieron muchas trabas (ya que el señor Flamel estaba preparado y la familia Scamander estaba en el país, lo que facilitó las cosas gracias a los contactos de uno de los hijos de Newt), se prepararon para el traslado.

"Jojo, seguro que no quieres más hielo para ese ojo, chico," dijo el anciano con una sonrisa burlona mientras miraba a su nieto con un ojo morado, producto de una paliza bien merecida de su pequeña amiga.

"Estoy bien, desaparecerá en un par de minutos. Uff," dijo Stephen con una sonrisa falsa, recordando el enojo de su pequeña amiga luego de decir que se verían tal vez para Navidad y burlarse de ella con que no podría golpearlo por varios meses, lo que adelantó un par de palizas. Todos los demás observaban desde un lado, sin querer interferir en la pelea diaria o en las palizas que Fleur le daba a Stephen.

"Bueno, vamos muchachos, el traslado ya está ahí. Aish, esto va a hacer doler los huesos. Por suerte, solo tenemos que hacerlo una vez y luego usaremos la puerta," dijo Perenelle, ya que para usar el portal de Stephen, este debe saber dónde está. Por lo tanto, necesitan ir primero con un traslador y luego ya no lo necesitarán más, a menos que vayan a otro país.

La razón por la que toda la familia Flamel tuvo que ir con un traslador es porque son unas de las familias más vigiladas, y si Stephen va solo y luego los Flamel aparecen en Hogwarts, atraerán la mirada de todo el mundo, poniendo en peligro incluso a Stephen.

La piedra ya está en la mira; aunque muchos creen que es una leyenda, otros no. Dumbledore les aseguró que la escuela está más segura que nunca, pero si se enteran de que existe una magia que puede burlar incluso barreras, eso podría poner a los ministerios en su contra.

Por ello, se prohibió a Stephen mostrar al público dicha magia hasta que lograra crear un antihechizo para ella. Esto le costó bastante a Stephen, ya que nunca fue necesario en el otro mundo, pero está cerca; tal vez uno o dos años más podrá mostrarlo al mundo.

Luego del accidentado viaje, durante el cual Stephen vomitó durante dos minutos y la pareja Flamel requirió la ayuda de Misty, la familia se recompuso y saludó al encargado del traslador bajo la mirada sospechosa de este, que notó que no llevaban nada en sus manos. Pero, en realidad, no le importaba mucho.

Luego de salir del Ministerio inglés, donde un gordito llamado Fudge casi besó sus suelas después de encontrarse con la ministra Millicent, los Flamel finalmente llegaron a su nueva casa, bajándose del famoso autobús noctámbulo.

"Ya no quiero los medios de transporte de este país, urgh," dijo Stephen, bajando todo desarreglado mientras corría hacia un arbusto en un rincón.

"Bueno, debo decir que no es tan malo. Antes teníamos que viajar en carruajes que se movían peor y mucho más lento," comentó el abuelo tranquilamente, sin mucha molestia, bajo la atenta mirada del conductor.

Por suerte para ellos, no había otros pasajeros, por lo que no los molestaron mucho y no se preocuparon mucho por el conductor, que tenía un contrato mágico que le impedía decir dónde bajaba cada pasajero, a menos que fuera un prófugo o delincuente.

Aunque no es que los Flamel se escondieran, tampoco les gustaría que todo el mundo mágico inglés viniera a tocar sus puertas.

"Bien, Misty, vamos adentro a ordenar todo y conectar la puerta," dijo Perenelle, al ver que su nieto ya estaba mejor.

"Hu, sí, ama."

"Vamos, chico, adentro. Qué frágiles son los niños hoy en día," decía el anciano mientras levantaba la mano y se escuchaba el crujido de sus articulaciones.

"(¿Quién lo dice?)" pensó el chico, poniendo los ojos en blanco ante el descaro de su abuelo.

Luego de levantar la mirada, vio el gigante castillo a lo lejos y sonrió.

"Al fin aquí estoy, Hogwarts..."