"Breve encuentro con Firenze"

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Así pasaron unos días en los que Stephen estuvo bastante ocupado defendiéndose del ministro y de los sangre pura, quienes intentaban arrebatarle prácticamente todo.

Como Stephen Strange, el Ministerio le exigía todos sus estudios mágicos, utilizando como argumento que era "por el bien del mundo mágico británico" y que los investigadores del Ministerio podrían hacer un mejor trabajo.

Como Tony Stark, el seudónimo que utiliza para crear su empresa, estaba bajo la presión de los pseudo-nobles endémicos, quienes querían que hiciera públicas las runas de creación de la televisión, el Magicphone, y todas las herramientas alquímicas que había inventado. Supuestamente, el monopolio era injusto para la competencia.

Lo irónico es que ellos, creyéndose nobles, tienen el monopolio de la mayoría de las cosas mágicas en Inglaterra.

"Hijo, ¿estás seguro de que no quieres que tu abuelo te dé una mano? No es bueno para tu salud estar bajo tanto estrés", dijo Perenelle por Magicphone, ya que cada tanto hace videollamadas para ver cómo le va a su nieto en la escuela.

"No, abuela, estoy bien. Si me ayuda el abuelo, en el futuro, ¿cómo voy a sobresalir por mí mismo?", dijo Stephen mientras calmaba a su abuela preocupada.

"Está bien. Pero tómate un descanso de vez en cuando y ve a visitar a Fleur. Hace rato que no la veo", dijo Perenelle recordando a la linda niña.

"Seguramente está en la escuela, abuela. Ya sabes que no puede salir hasta las vacaciones. Aquí Dumbledore hace excepciones de vez en cuando porque el abuelo es parte de la junta, pero no creo que ella tenga la misma suerte. Encima, estaba enojada la última vez, así que no quiero que me golpee", dijo Stephen, aunque lo último lo dijo cada vez más despacio, hasta que apenas se escuchó algo.

"Aish, este niño. Llámala y discúlpate rápidamente", dijo Perenelle con un suspiro de frustración.

"¿Qué? ¡Si yo no hice nada! Los reporteros empezaron a llamarnos 'pareja invencible' y yo solo dije que no éramos pareja", dijo Stephen con cansancio.

"De verdad eres un tonto, muchacho. Me voy antes de que me saques canas. Llámala y discúlpate antes de Halloween o ya verás", dijo Perenelle, ignorando que ya estaba llena de canas, y luego cortó, dejando a Stephen con las palabras en la boca.

"Está bien, Halloween es el mes que viene... Rayos", dijo Stephen.

De vez en cuando, para despejarse, salía a caminar, incluso de noche. A veces miraba al trío de oro con curiosidad.

Parece que ayer se encontraron con Fluffy, el perro de tres cabezas que protege las trampas.

Por cierto, las trampas no detendrían a un mortífago, y es que están pensadas para los alumnos, ya que la última trampa es suficiente para cualquier otro que quiera la piedra.

Mientras tanto, los alumnos son muy curiosos e incluso, al segundo día, ya había un par de Gryffindors que intentaron entrar. Incluso los gemelos lo intentaron.

Stephen también se cruzó con Quirrell varias veces, pero se mantenía alejado. No por miedo o lo que sea, ya que en el estado en que estaba Quirrell no podría hacerle frente, sino porque apestaba a ajo y magia negra; era repulsivo.

"Parece cada vez más corrompido. Debería estar acercándose la hora en que empiece a cazar a los pobres unicornios. Debería hacer algo para salvarlos", pensó Stephen mientras ideaba contramedidas para que las pobres criaturas no resultaran heridas o, al menos, no murieran.

Así que empezó a escabullirse en el bosque para buscar unicornios y ponerles un seguro en el cuerno. Al principio lo atacaron enseguida, hasta que entendieron que no quería hacerles daño, sino lo contrario. Eran muy inteligentes, así que comprendieron todo lo que les decía Stephen.

"No se preocupen. Esta es una runa de magia de luz que hará que, si están en peligro de muerte, su cuerpo entre en un estado suspendido hasta que llegue yo y los cure. Traten de tener cuidado, hay alguien oscuro dando vueltas, ¿escucharon?", dijo Stephen mientras acariciaba al pequeño unicornio.

"Protejan bien a las crías, que no salgan por un tiempo, ¿ok?"

"Hrrr", resopló el unicornio más grande en respuesta, mientras movía la cabeza como si estuviera asintiendo.

"Me voy. Tengan cuidado", dijo Stephen, y luego se marchó.

Mientras caminaba en la oscuridad, escuchó un galope que se acercaba a él.

Con duda, se dio la vuelta pensando que los unicornios querían pedirle algo. Pero cuando miró con más detenimiento, se dio cuenta de que lo que se acercaba era un centauro joven. Tenía cabello rubio muy claro, cuerpo pardo y cola blanca. Sus ojos eran asombrosamente azules, como pálidos zafiros.

"No deberías estar aquí, viajero", dijo el centauro.

"¿De verdad? ¿Vas a empezar con eso de que no soy de este mundo y que debería volver de donde vine para no alterar la historia de este mundo y todo eso?", dijo Stephen con un tono despectivo.

"No. Viajero, desde que llegaste aquí, el mundo y las estrellas te aceptaron. Eres parte de este mundo. Yo hablaba de este lugar. Aquí es donde cazan las acromántulas", dijo el centauro, sin importarle el tono de Stephen.

"Ah, um, lo siento. Ya me estaba yendo. Perdón por mi forma de hablar", se disculpó Stephen por su tono.

"Sé lo que hiciste por los unicornios. El bosque mismo lo agradece. Yo soy Firenze. Sé que nos volveremos a encontrar, viajero", dijo Firenze, y luego se marchó.

"Ya me parecía raro, supuestamente los centauros solo hablan ambiguamente y en palabras vagas. Pero si es Firenze, tiene más sentido. Se ve bastante joven todavía", dijo Stephen mientras seguía su rumbo al castillo.

"Mierda, estuve estos días ocupado con los unicornios que olvidé llamar a Fleur. De verdad, en vez de llamarla rápidamente, tardé más tiempo. Creo que estoy muerto", dijo Stephen a sí mismo mientras empezaba a temblar y darse cuenta de que atrasarlo no fue una buena idea.

"Bien, basta de excusas. Lo haré ahora mismo", dijo Stephen, y sacó su teléfono, sin percatarse de que eran las 11 de la noche y, en Francia, que tiene una hora más que Inglaterra, deberían ser las 12.

Mientras llamaba, nervioso, moviéndose de un lado a otro, al fin alguien atendió.

"Hola, belle. ¿Estabas dormida?", preguntó suavemente Stephen.

"Sí. ¿Qué quieres?", respondió la voz al teléfono con molestia.

"Yo llamaba para disculparme", dijo Stephen cada vez más suave, mientras se apoyaba en una pared.

"¿Ah sí? ¿Disculparte por qué? ¿Por no hablarme durante semanas, por hacer que pasara vergüenza en el torneo, o quizás por otra cosa?", dijo Fleur desde el otro lado, cada vez más alterada.

"Por las dos cosas, belle. Yo no quería que pasaras vergüenza, y es que, ¿qué quieres que les dijera? Y no podía hablarte por temor a que estuvieras enojada", dijo Stephen con culpa.

"Sabes, a veces eres un idiota, Stephen Flamel. Me voy a dormir, es muy tarde y tengo clases a las que asistir. Cuando encuentres una mejor manera de pedir disculpas, me puedes volver a llamar", dijo Fleur antes de cortar.

"Haa, no entiendo a las mujeres", dijo Stephen antes de darse la vuelta y empezar a caminar hacia su habitación, encontrándose con los gemelos asomando la cabeza.

"¿Problemas en el paraíso, jefe?", "¿Necesitas unos consejos de amor, jefe?", dijeron los gemelos, con una sonrisa en la cara.

"Váyanse, idiotas, antes de que avise a la profesora quién robó los artículos de Filch", dijo Stephen, y luego entró a su habitación.

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