Eran las dos de la tarde cuando Maedhros caminaba junto a su padre, ambos con semblantes serios. Las últimas horas las habían dedicado a discutir asuntos de gran importancia y a gestionar una cantidad abrumadora de documentos. Estos papeles contenían peticiones enviadas por las distintas casas nobles. El tema principal de estas solicitudes era claro: todas pedían permiso para desplegar diferentes escuadrones. La intención detrás de estas peticiones era simple, aunque inquietante. Las casas nobles planeaban erradicar a todos los humanos que se encontraran en las afueras del reino. Incluso había solicitudes que pedían autorización para ejecutar a los humanos que habían sido arrestados en el pasado.
Para Maedhros, esta era una excelente oportunidad. Ya había decidido que aboliría la ley que prohibía a los elfos salir del país y atacar los reinos humanos. Era un tema que, tarde o temprano, tendría que abordar. Mientras caminaba por los pasillos del palacio, su mente se enfocó en la información que la guardia real le había proporcionado. Se trataba de algo sumamente delicado y difícil de creer.
"Es imposible que Lia pudiera hacer todo eso", dijo Maedhros con escepticismo.
"Estoy de acuerdo. Ella estuvo con nosotros en todo momento", afirmó Angrod con seguridad.
Horas antes, durante una reunión, Naida y Keijo les habían contado con lujo de detalles lo que habían presenciado en aquella batalla. Maedhros, Angrod y Eru se habían limitado a escuchar, pero al final del relato, todos llegaron a la misma conclusión: Naida y Keijo estaban mintiendo. Nadie les creyó. La historia era demasiado increíble.
"Tuvo que ser obra de ese monstruo", declaró Maedhros, convencido.
Angrod guardó silencio ante esa afirmación. Sabía que era posible, pero la idea de que aquel ser pudiera adoptar la forma de Lia le resultaba espeluznante. Si lo que la guardia les había dicho era cierto, entonces estaban frente a una revelación aterradora.
"Si Naida y Keijo no se equivocaron en lo que vieron, entonces ese monstruo puede robar las apariencias de otras personas", dijo Maedhros con frialdad en su voz. "Y sin duda alguna, la forma que nos muestra no es su verdadera apariencia".
Maedhros y Angrod llegaron a la lujosa habitación donde se alojaba Lia. Al cruzar el umbral, se encontraron con la reina Eryn, quien los recibió con una expresión de sorpresa y preocupación. Sus ojos reflejaban una mezcla de incredulidad y temor, como si lo que estaba sucediendo fuera algo que nunca hubiera imaginado.
"Las palabras de D se han cumplido", dijo Eryn en voz baja, casi como si temiera que alguien más pudiera escucharla. "Nos dijo que en 24 horas veríamos los resultados de abrir los canales de maná de Lia."
Maedhros frunció el ceño, recordando las palabras de aquel monstruo llamado D. Había algo en él que no encajaba, algo que despertaba desconfianza, pero al mismo tiempo, sus conocimientos sobre el maná eran innegables. Ahora, frente a la evidencia, Maedhros no podía evitar sentir un escalofrío recorrer su espalda.
Lia yacía en su cama, rodeada de un aura brillante y pulsante. Su cabello, normalmente plateado, parecía irradiar luz, y sus ojos, cerrados en un sueño profundo, brillaban levemente bajo sus párpados. El aire a su alrededor vibraba con energía, como si el maná que fluía dentro de ella estuviera desbordándose, buscando una salida.
Maedhros se acercó a la cama, observando a su hija con una mezcla de orgullo y preocupación. Sabía que Lia tenía un potencial extraordinario, pero ahora ese potencial se manifestaba de una manera que ni siquiera él podía comprender del todo.
"Su pureza de maná es increíble", declaró Maedhros mientras observaba cómo fluía la energía en toda la habitación.
La cantidad de energía que irradiaba la pequeña no era la gran cosa; lo que realmente llamaba la atención era la pureza de esa energía. Algo que había captado la atención del rey era que Lia aún no soltaba el pequeño cubo negro. No se separaba de él en ningún momento, incluso dormía con él.
"Tienes toda la razón", declaró Angrod, tratando de ocultar su emoción tras una expresión seria.
Angrod sabía mejor que nadie que este nivel de pureza no era normal para un elfo que había despertado su maná recientemente. El conocía los diez grados de maná que existían en este mundo, siendo el grado 10 el más débil, o más bien, el estado en el que el maná se encuentra en su forma más impura. Por lo general, todas las personas que despiertan su maná comienzan en el grado 10. Había casos poco comunes en los que algunos despertaban en el grado 9 o 8, y estos individuos solían pertenecer a la nobleza. Pero, ¿cómo demonios iba a explicarles a todos que el grado de pureza del maná de su nieta podría ser fácilmente de grado 5?
"Está sudando mucho", dijo Eryn mientras tomaba una toalla blanca y limpiaba el pequeño cuerpo de su hija.
Maedhros y Angrod podían ver la preocupación en el rostro de la reina. Sus manos temblaban ligeramente mientras limpiaba y secaba a la niña. Maedhros se acercó a su esposa y la abrazó por la espalda, susurrándole unas palabras.
"No te preocupes por esto. Es bastante normal. Recuerda que esto nos pasa a todos", dijo Maedhros en un intento por calmar a su amada esposa.
Eryn rápidamente notó que estaba preocupando a los demás, así que se recompuso e intentó con todas sus fuerzas detener el temblor de sus manos.
"Gracias, cariño. No quería preocuparlos, pero me sorprendió mucho ver cómo su pureza de maná comenzó en el grado 10 y de repente empezó a saltar a otros grados".
La declaración de la reina dejó helados a ambos. El rey rápidamente le preguntó a su esposa:
"Espera un momento, ¿qué dijiste?"
"Dije que su maná cambió de grado", respondió Eryn, sabiendo que sus palabras eran difíciles de creer.
"¿Estás segura?"
"Sí, cariño. Nunca me confundiría con algo como esto. Además, lleva alrededor de dos horas dormida, y se supone que, por lo general, solo quedamos inconscientes durante unos 20 minutos. Por eso me preocupé".
"Espera, ¿nuestra hija lleva dos horas inconsciente y no me avisaste?"
La reina pudo ver cómo su esposo se molestaba. Lo notó en su voz. Estaba más que claro que no haberle informado sobre el estado de su hija lo había irritado profundamente. Con los recientes eventos, a Maedhros no le gustaba que le ocultaran información importante. Eryn lo vio soltar un gran suspiro. Era evidente que la regañaría más tarde, cuando estuvieran solos en su habitación.
"Cariño, hablaremos de esto más tarde", dijo Maedhros con una sonrisa, aunque un dejo de malicia era evidente en sus ojos.
"Entendido".
Eryn se dio cuenta de que esa noche no dormiría mucho, y estaba en lo cierto. Maedhros no la dejaría descansar en paz. Por lo general, permitía que su esposa actuara con libertad y tomara decisiones, incluso si eran un poco imprudentes. Después de todo, quería que se sintiera como la reina que era. Rara vez se molestaba con ella, pero, dados los recientes eventos, ya no podía permitirse que tomara este tipo de decisiones. Pensó que era hora de ponerla en su lugar. Sabía que su esposa a veces tomaba decisiones infantiles que perjudicaban a quienes la rodeaban. Esta situación era un claro ejemplo: no le había informado que su hija había quedado inconsciente y que sus canales de maná ya habían absorbido suficiente energía de la atmósfera. En esencia, la pequeña ya era una maga en toda regla.
"¿Ha habido alguna novedad sobre ese cubo?", preguntó Maedhros a su esposa.
La ausencia del chico de cabello blanco y ojos azules era preocupante en muchos sentidos. La razón era simple: tenían en su poder a un dragón inconsciente. No sabían si los compañeros del dragón vendrían a buscarlo, y si por casualidad llegaban y encontraban a su compañero medio muerto, no sabrían cómo explicar la situación. Era crucial que el chico de cabello blanco y ojos azules despertara primero, en caso de que ocurriera tal evento.
"No, cariño. El cubo no ha emitido energía", respondió Eryn con seguridad.
Maedhros confiaba en las palabras de su esposa. Cuando se trataba de percepción mágica, ella era la mejor. Era extremadamente sensible al maná que la rodeaba y, sin duda, se daría cuenta si el cubo emitiera alguna energía.
"Entiendo. Espero que ese dragón no despierte antes que él".
Maedhros no podía evitar la sensación de que algo malo ocurriría una vez que el dragón despertara. Tal vez se levantara con ganas de luchar y buscara venganza contra D, y no hacía falta ser adivino para predecir que todos los elfos quedarían envueltos en el conflicto.
"No te preocupes por eso. Voy a contactar a alguien que se encargue del dragón", declaró Angrod con un suspiro y una expresión que denotaba que no quería recurrir a esto.
Las palabras de su padre dejaron a Maedhros confundido. Inmediatamente lo confrontó, bombardeándolo con preguntas.
"Espera, ¿qué quieres decir con eso?"
"Exactamente lo que acabo de decir. Voy a llamar a alguien que se encargará de ese dragón".
Al escuchar esto, el rey no pudo evitar enfadarse. Su padre había hecho algo similar a lo que su esposa había hecho.
"¿Me estás diciendo que tenías los medios para lidiar con un dragón, pero solo lo revelas ahora?", dijo Maedhros, con un tono de irritación en su voz. Las venas de su frente sobresalían visiblemente.
La molestia del rey estaba más que justificada. Después de todo, durante las reuniones, todos habían estado aportando ideas sobre cómo manejar la situación, pero su padre aparentemente había ocultado una carta que podría evitar un posible problema con la raza de los dragones.
Al notar la irritación del rey, Angrod no tuvo más remedio que explicar para que su hijo no malinterpretara la situación.
"Déjame explicar", dijo Angrod, levantando su mano derecha para detener a su hijo y darse la oportunidad de aclarar las cosas.
Al ver que su padre quería hablar, Maedhros guardó silencio e intentó calmarse lo más que pudo. Una vez que le dio espacio a su padre para hablar, Angrod comenzó su explicación. Le contó todo sobre aquel dragón, quien podía ser considerado tanto un aliado como un potencial enemigo si se le provocaba. Cuanto más explicaba, más sorprendido estaba Maedhros. Después de todo, nunca le habían dicho que tal ser había aparecido ante su padre.