El chico les había preguntado a las hadas si querían seguir con el enfrentamiento. Estaba más que claro que él no deseaba continuar la disputa; después de todo, ya había comprobado que no eran adversarias fáciles. Cuando terminó de hablar, la reina de las hadas respondió sin vacilar.
"No, no voy a luchar contra ti", declaró, observando al humano o lo que parecía ser un humano con una mezcla de desdén y curiosidad.
El chico de cabello blanco captó el tono cargado en su voz. Era evidente que la soberana seguía resentida, probablemente por su conexión con aquel cubo que él había destruido. Ahora que las cosas estaban más calmadas, decidió plantear la pregunta que lo atormentaba:
"¿Por qué odias tanto a los apostoles?" La interrogante salió con más fuerza de lo previsto. Le resultaba extraño que todos los seres poderosos que encontraba albergaran ese odio irracional hacia ellos, y más aún que lo confundieran constantemente con uno.
La reina de las hadas frunció el ceño como si alguien hubiera arañado un cristal. Su expresión se oscureció al instante, como si un vendaval de recuerdos amargos la invadiera. Su pequeño cuerpo comenzó a emanar una sed de sangre involuntaria, y el Maná que hasta entonces había contenido amenazó con desbordarse. El chico la observó con atención, confirmando así que el odio hacia los apóstoles no era exagerado.
Tras unos segundos tensos, la reina recuperó el control. Cuando habló, su voz era fría pero estable:
"Ellos llevaron a la raza de las Hadas al borde de la extinción", declaró, mientras sus alas despedían un brillo inquietante.
Al notar la intensidad de su ira, el chico aclaró:
"No soy un apóstol. Así que agradecería que dejaras de mirarme como si quisieras descuartizarme."
"Entonces, si no eres un apostol, ¿por qué mataste a Vaelgorath?", preguntó la reina, cargando cada palabra con suficiente veneno como para matar a un dragón.
"¿Así se llamaba ese cubo parlante?", respondió el chico, ganando tiempo mientras buscaba la mejor forma de justificarse. Sabía que necesitaba una explicación convincente para evitar otro conflicto.
"¿Lo mataste sin saber siquiera quién era?" La pregunta de la reina hizo que el aire a su alrededor se espesara. El odio acumulado en su pequeño cuerpo era tan palpable que el chico temió que, si la situación escalaba, podría activar su Autoridad por accidente.
"No estás entendiendo", dijo el joven, adoptando un tono serio. "Fue tu 'amado' Vaelgorath quien me provocó. Él mismo cavó su tumba al intentar engañarme. Así que no trates de culparme a mí."
La reina palideció y luego enrojeció violentamente al escuchar el énfasis en 'amado'. Su rostro se tornó del color de una granada madura.
"¡Vaelgorath no era mi amado! ¡Eres un insolente!", gritó, aunque el temblor en su voz delataba que había tocado un nervio sensible. "Es natural que exija saber por qué asesinaste a nuestro benefactor, ¿verdad, mis niñas?" Las demás hadas asintieron con solemnidad, aunque varias intercambiaron miradas cómplices, como si conocieran demasiado bien los sentimientos ocultos de su madre.
"Está bien, te creo", cedió el chico, levantando las manos en gesto conciliador. "Tu resentimiento es comprensible. Pero dejemos algo claro: este lugar me pertenece. Me gané el derecho al cubo negro cuando derroté a tu benefactor. Sería tedioso que cada vez que viniera aquí tuviera que esquivar tus intentos de asesinato, así que necesitamos establecer reglas."
Mientras hablaba, sus ojos analizaban no solo a la reina, sino a todo su séquito. Se detuvo especialmente en una hada en particular, aquella que, según sus cálculos, podía percibir fragmentos del futuro. Era hora de poner orden.
"¿Reglas? ¿Con el asesino de Vaelgorath? ¡Debes estar delirando!", escupió la reina, haciendo que varias de sus hijas se estremecieran.
"Puedes negarte", replicó el chico con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "Pero considera esto: puedo expulsarlas a todas de este lugar con un simple pensamiento."
'D, ¿realmente puedes expulsarlas del cubo?'
- SÍ, ES POSIBLE, PERO TENGA EN CUENTA QUE LAS HADAS APARECERÁN EN EL REINO DE LOS ELFOS.
'Eso sería un desastre.'
Lo último que deseaba el chico de cabello blanco era liberar estas criaturas sobrenaturalmente poderosas en territorio élfico. Sabía que una sola hada enfurecida podría arrasar ciudades enteras. Sin embargo, necesitaba una solución para mantenerlas bajo control.
Tras meditarlo un momento, se le ocurrió una idea: usar a los apóstoles como moneda de cambio.
"Si llegamos a un acuerdo mutuamente beneficioso", propuso, "te prometo que si encuentro un apostol, te lo entregaré para que hagas con él lo que quieras."
La reina se quedó inmóvil, como si alguien hubiera detenido el tiempo. Cuando reaccionó, su expresión había cambiado por completo.
"Explícate. ¿Cómo planeas capturar a un apostol sin morir en el intento?", preguntó con genuino interés mezclado con escepticismo.
"¿Por qué asumes que son más fuertes que yo? ¿Tan poca fe tienes en mí?", respondió el chico, sintiendo cómo su orgullo se resentía.
"Mi intuición me dice que no estás a su nivel", declaró con una seguridad irritante.
"Bueno, no sabré si puedo vencer a uno hasta tenerlo frente a mí."
La reina cruzó sus brazos y comenzó a flotar en círculos, como sopesando sus opciones. Finalmente, hizo una contrapropuesta:
"Si hablas en serio, te ofrezco esto: a cambio de tu promesa, te prestaremos nuestra fuerza y cesaremos las hostilidades. Seríamos aliados circunstanciales. Pero solo si cumples con algunas condiciones."
El chico parpadeó, sorprendido por el giro inesperado.
"Te escucho, ¿Cuáles son esas condiciones?", respondió con cautela.
"Las condiciones serían: primero, prohibido absorber el Maná de este mundo; segundo, prohibido drenar energía vital de este mundo; tercero, prohibido dar órdenes a las hadas; cuarto, prohibido lastimarnos; quinto, deberás eliminar a esa criatura anómala; sexto, nos entregarás la flor de la naturaleza; séptimo, un contrato mágico sellará nuestro acuerdo. Al firmarlo, te obligarás a cumplir cada una de las condiciones que dicto, incluyendo la promesa de entregarme a los apóstoles que tu destino te revele."
El chico quedó tan pasmado que por un momento solo atinó a abrir y cerrar la boca. Cuando recuperó el habla, su voz goteaba sarcasmo:
"Oye, hada de mierda", espetó, mientras sus ojos azules se oscurecían peligrosamente, "¿Crees que voy a aceptar esas condiciones ridículas?"
"¿No son justas?", preguntó ella con una inocencia falsa que resultaba insultante.
"¡Son un abuso!"
"¿Qué parte te molesta?"
"¡Todo!"
La reina apretó sus pequeños puños, pero antes de que pudiera replicar, el chico continuó: El chico comprendió que no llegaría a ningún acuerdo con el hada, así que desistió de evitar la pelea. Era inevitable la confrontación, por lo que lanzó una última propuesta que decidiría el destino de las hadas: "Reina de las hadas, júrenme lealtad y sírvanme, o mueran bajo el peso de mi poder." La amenaza resonó por todo el lugar.
Después de la declaración del chico, el ambiente se volvió tenso nuevamente. Era más que evidente que, si no llegaban a un acuerdo, una confrontación estallaría en cuestión de minutos.
La reina de las hadas intentaba imponer sus condiciones abusivas, pero para su desgracia, el chico no estaba dispuesto a tolerarlo. Sus demandas eran absurdas, y detrás de ellas se escondía una clara malicia. Analizando fríamente la situación, él no ganaba nada aceptando. Sería más práctico expulsarlas del cubo o, en última instancia, eliminarlas. Esta segunda opción parecía la más viable.
El chico de cabello blanco y ojos azules ya lo había meditado: si quería dominar a estos seres de poder inconmensurable, tendría que soportar ciertos sacrificios.
"¿Cómo te atreves?" La voz de la reina de las hadas goteaba rabia.
"Decide sabiamente", respondió el chico, clavando su mirada en la pequeña hada vidente.
Mientras tanto, su mente ya trazaba planes. Lo primero sería eliminar a esa pequeña hada que podía ver el futuro. Dejarla con vida sería un error estratégico. Podía visualizar el desenlace desastroso: una batalla prolongada, agotadora...
Entonces, la voz de D resonó en su cabeza:
- MI SEÑOR, NOS TOMARÁ APROXIMADAMENTE 175.200 HORAS ELIMINARLAS A TODAS.
'¿Quéeeee?'
- SÍ. SEGÚN LO QUE ESA HADA HA VISUALIZADO, ESE SERÍA EL TIEMPO NECESARIO PARA UNA VICTORIA DEFINITIVA.
'Espera, ¿cómo sabes lo que vio?'
- ESTOY LEYENDO SU MENTE.
'¿No es peligroso hacer eso cerca de ellas?'
- NO. ESTAMOS SEGUROS AQUÍ DENTRO.
'Si matamos a esa hada que puede ver el futuro, ¿podríamos acortar el tiempo?'
- SÍ, PERO SERÁ DIFÍCIL.
Las cosas no serían fáciles. Hasta su propio compañero admitía la dificultad. Por más que buscaba alternativas, ninguna solución ideal surgía. Su necesidad de aparentar ser fuerte e invencible le impedía retirarse, ya estaba metido en ese papel.
No pasó mucho antes de que la reina rompiera el silencio.
"Como quieras. Si buscas guerra, la tendrás", declaró, liberando un torrente de Maná tan denso que saturó el aire.
"Entonces, muere junto a tus hijas", replicó el chico. Una sed de sangre primitiva emanó de él, helando la piel de las hadas. Todas sintieron ese instinto depredador, ese deseo de matar que las hizo retroceder instintivamente.
En un instante, la reina desapareció y reapareció frente al chico. Pero él no se inmutó; más bien, parecía haberlo anticipado. El hada alzó su mano derecha, preparando su ataque Ignio más letal, sin embargo, justo antes de lanzarlo, su hija se interpuso entre ellos.
"Si insistes en esto, tendrás que matarme primero, madre", dijo la pequeña hada de ojos grises y cabello plateado. Su determinación era inquebrantable.
La reina apretó los dientes, deteniendo las llamas multicolores que danzaban en sus dedos.
"¿Por qué?", preguntó, con voz cargada de frustración.
"Ya te lo dije. No puedes ganar. Solo estarás retrasando lo inevitable", respondió la joven, sin apartar la mirada de las llamas que amenazaban con consumirla.
"¿Quieres que nos rindamos? ¿Que nos sometamos a su voluntad, que nos humille y luego nos deseche como basura?"
"Madre, confía en mí. Él no es nuestro enemigo."
La reina miró alternativamente entre su hija y el chico, antes de estallar:
"¡Niña ingenua! Aunque él no sea nuestro enemigo, lo es para este mundo. ¡Mira la prueba ante tus ojos!" Señaló con rabia a aquella criatura monstruosa. "Ese sujeto que defiendes creó esa abominación. Es una especie ajena a esta tierra, y lo que es peor, usó una flor bendita por la naturaleza para engendrarla. ¡Esa cosa ya debería haber sido borrada de la existencia! Solo eso demuestra lo peligroso que es."
"Gracias por el halago", intervino el chico, irónico.
"¡Cállate!", le espetó la reina.
"Madre…", suplicó la pequeña hada, cayendo de rodillas. "Por favor, no nos condenes otra vez a la extinción. No quiero ver morir a mis hermanas… Te lo ruego." Las lágrimas brillaban en sus ojos mientras inclinaba la cabeza.
Al verla así, la reina sintió un dolor agudo en el pecho. Algo que no podía controlar.