Desde que Daohua llegó, el ánimo de Xiao Yeyang había mejorado claramente, y tanto Abuela Gu como Gu Jian suspiraron aliviados al notarlo.
Al ver las sonrisas regresar a los rostros de las dos personas mayores, Caiju y Dongli también aliviaron en secreto su propia tensión. El anterior estallido de la anciana había desencadenado una recaída de su condición crónica, lo que casi los había muerto de susto. Ahora, la ansiedad que habían estado llevando finalmente podría descansar. Después de terminar sus tareas, encontraron tiempo para retirarse a sus habitaciones y enviar una carta a Pekín.
—¿Por qué demonios decidiste criar perros? —Observando a los siete cachorros correr por el patio, Gu Jian no pudo evitar girarse hacia su aprendiz.
—Los perros son leales y tienen un olfato agudo. Quiero entrenarlos para proteger nuestro hogar y, si es necesario, también pueden ayudar a encontrar personas. —Agachándose, Daohua acarició la cabeza de Xiaoyi.