Xiao Ruiyuan estaba en guardia contra el Rey Heng, pero no era alguien que no comprendiera el panorama general. En un momento tan crítico, no tenía inclinación a discutir sobre las intrigas previas del Rey Heng que lo habían puesto en un peligro mortal. Su mirada profunda se deslizó sobre las fieras inquietas, y ordenó con voz fría:
—Los hábiles en artes marciales formen tres líneas de defensa, rodeen a aquellos que no pueden protegerse en el medio y traten de resistir tanto como sea posible, esperando refuerzos.
El Rey Heng frunció el ceño ligeramente, reacio a proteger a quienes consideraba un estorbo. En su opinión, eran completamente inútiles, y de hecho, todos deberían servir como peldaños para él para romper el cerco de las bestias. Pero al ver la expresión indiferente pero resuelta de Xiao Ruiyuan, finalmente reprimió sus objeciones:
—En este punto, no tenemos otra opción. Hagamos como sugiere el General Xiao.