—¡No! —Guoguo torció su regordeta cintura, giró la cara hacia un lado, mostrando un pequeño gesto altivo.
—¿Por qué no? —preguntó Yan Yi.
—No sé, no dejar abrazar.
—¿Quién dice que no puedes abrazar solo porque no los reconoces? —respondió Yan Yi con suavidad.
—¡Mamá! —Tras una pausa, jugueteó con sus tiernos deditos, diciendo con su dulce y simpática voz de bebé—. Eso lo dijo hermano, eso lo dijo papá.
Yan Yi sonrió, ignorando automáticamente a los dos hombres.
—Tu mamá tiene razón, no puedes abrazar a extraños. Pero yo no soy un extraño, soy un buen amigo de tu mamá, así que yo puedo abrazarte.
Guoguo inclinó la cabeza tratando de entender por un momento, luego negó con la cabeza otra vez.
—No.
—¿Ni siquiera vas a abrazar a alguien que conoces? —insistió Yan Yi.
Guoguo no respondió y en cambio se vio atraída por la canasta de frutas en la mesa de café.
En la canasta de bambú con forma de pétalo de flor, había coloridos tipos de frutas frescas.